La exposición estará abierta hasta el 11 de junio

‘El paisaje sonoro’, antológica de Ildefonso Aguilar en el TEA

TEA Tenerife Espacio de las Artes acoge desde este 24 de marzo y hasta el 11 de junio la exposición 'El paisaje sonoro', de Ildefonso Aguilar: pintura, fotografía y audiovisuales.

‘El paisaje sonoro’, antológica de Ildefonso Aguilar en el TEA

Las últimas obras de Ildefonso Aguilar son composiciones improbables sobre las que uno se pregunta cómo consigue controlar el conjunto con tan poco relieve y a menudo con una paleta reducida. Depura su estilo, calma sus impulsos, canaliza su energía hacia lo que es esencial: un universo mineral muy rico en señales apenas marcadas pero muy presentes e importantes para el espectador; sus trazos no son nunca afirmaciones sino evocaciones. Trabaja como lo hace la naturaleza, como el viento sobre la arena o sobre la roca, con roces repetidos, nunca insistentes, pero que excavan el relieve y lo "tatúan" de manera duradera al modificarlo. Crestas, acantilados, fallas, grietas y barranqueras nacen bajo sus manos.

El artista abre y sitia el espacio, movilizando la intervención de lo que podría denominarse un campo restringido de colores: matices de negro, de gris, de marrón y de ese blanco suyo tan especial y brillante, utilizado unas veces en capas delgadas como un soplo de escarcha y otras en masas espesas, compactas y matieristas. También el formato es importante en esta obra, se lo elige siempre con cuidado, a menudo con el fin de hacer el espacio más real y más tangible para el espectador. Esta necesidad de evocar y de sugerir grandes espacios lleva al artista a realizar trípticos e incluso polípticos que absorben la mirada y atraen al espectador hacia el interior de la obra.
 
Arte de equilibrio, arte que confronta el soplo y la energía con la materia, su peso, su presencia e incluso su inercia. Equilibrio igualmente de los trazos y los fondos planos, sabia dosis entre los signos y los espacios intocados e intactos, siempre en espera. La tela es para Aguilar un ruedo, un teatro en donde el artista, con placer y a veces con dolor, intenta comprender y dominar espacio y materia, que, por definición, son siempre rebeldes. Pero su acto de pintar no se resume en un combate; por el contrario, es construcción, revelación de algo más grande, más indistinto, pero sobre todo más impalpable, que siempre huye de él. Sus obras no presentan un tema concreto, son al mismo tiempo paisajes, vacíos, plenitudes, nacen de un rápido movimiento de muñeca o de la repetición del gesto que deposita lentamente el color y la materia.
 
En las obras que aquí nos ocupan nada viene a hablarle directamente al ojo ni lo seduce a primera vista. El tiempo de las obras de Aguilar es la lentitud, la reflexión, la contemplación meditativa. Es difícil hablar de ellas y describir la causa de la emoción que ante ellas nos envuelve. Las palabras nos faltan, parecen insuficientes y torpes frente a la sutileza de las superficies y los trazos ofrecidos. Un universo muy personal y único que reclama de nosotros la más total y completa atención antes de invadirnos y desbordarnos como lo harían el viento, el aire y los espacios totalmente desconocidos de límites infinitos.

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