Astrid y su PP

Ignoro qué fidelidades le quedan al PP en Arrecife. Supongo que los votantes al partido en unas generales ya se cuidarán mucho sobre lo que harán con su voto en Arrecife en unas municipales, pues de todos es sabido la capacidad del español medio de acercar en estos casos el voto más a los garbanzos que a la ideología. En esto, un ayuntamiento y una olla son tan cercanos como lejanos el huerto y el gobierno de la nación. Y tan imprevisible puede llegar a ser, que en una urna apueste, y es un decir, por Rajoy, y en la otra por una cara conocida de cualquier partido del que crea que pueda tener algún provecho. De eso saben mucho en los pueblos.
 
El PP parece obrar al golpe de lo que conviene a su presidenta insular, y lo que interesa a ésta no es lo que conviene, ya no a sus militantes, sino al conjunto de ciudadanos que habitan este territorio. Si se proponen políticas municipales, se hace para agradar a quienes comparten una ideología, no a unos ciudadanos a los que une un territorio común, expectantes de políticas sociales o de vivienda, ansiando cotas de bienestar para el espacio público. Sintiéndose dignos del lugar en que nacen, viven o residen. Se proponen, y no se deben proponer, medidas para el espacio público atendiendo a intereses de sectores empresariales, no al dictado de lo que conviene a la ciudadanía.
 
 
Su jugada en el Cabildo es desestabilizar al Ayuntamiento de Arrecife
El voto al PP parece más un voto de castigo a los oponentes políticos que  fruto del convencimiento de que un caudal de ideas bulle en la cabeza de la presidenta, que, de destacar, lo hace en la crítica enfermiza a los oponentes. Demasiado ensimismada anda en tocar poder en el Ayuntamiento como para preocuparle que el presidente del Cabildo haga trizas a unas débiles y dóciles peonas, puestas como vestales para saciar la lujuria de la deidad. A él lo despreciará y a las dos consejeras las tratará con la desconsideración que ella misma sufrió y motivo por el que se quitó de en medio, en la creencia de que sería más fácil entrar en el Ayuntamiento que perder los nervios intentándolo en el Cabildo y soportando las malcriadeces del otro.
 
De todos es sabido que en la distancia corta el presidente impone a golpe de testosterona, y de eso va sobrado.
 
De llegar a alcaldesa, podría aspirar a enlazar unos mandatos y jubilarse con cierta honra. Las cuentas, no obstante, no le van saliendo. Su jugada en el Cabildo no es la preocupación por dar la vuelta a un aparente gobierno en minoría, por el bien de la población, lo cual no se lo cree ni ella, sino para desestabilizar al Ayuntamiento sobre el que espera caer como un guirre. Ayuntamiento debilitado por una política basada en el reparto del cortijo que ha impedido llevar a cabo una tarea para la ciudad, pues ha primado el interés partidista ante cualquier otra consideración.
 
Su fortaleza se fundamenta en una permanente purga sobre quien le tosa
El tiempo de esta presidenta parece llegar a su fin. Sabedora de que su fortaleza se fundamenta en una permanente purga sobre quien le tosa, hay que reconocerle el control que ejerce en sus subordinados, tan jodidamente dóciles y tan poco lúcidos -como le gustan a ella- con tal de arañar algún carguito. Por ahí fuera tan bien la conocen, y tan desleal la consideran, que la dan por imposible. Aún así la necesitan, y, más que a ella, precisan los votos que controla. Su fuerza es también su debilidad, pues al mínimo tropiezo no encontrará mano amiga que se ofrezca a levantarla, pues se correría el riesgo de caer en el mismo charco.
 
Efectivamente, ese PP parece al borde del abismo, con el relevo atento a un error de quien, en lugar de preocuparle el servicio público, anda ocupada en una carrera política que ni es carrera, ni maratón, sino un puesto de canicas, cromos y quincalla.
 
Para mí que su tiempo ha terminado, que no el del PP. Por cierto, otro límite que desconoce: dónde termina la presidenta y empieza el partido.

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