CACT, el temor a la huelga

CACT, el temor a la huelga

No es nuevo. Cada vez que se han incumplido las promesas hechas por la patronal, los trabajadores se han plantado. Ha vuelto a ocurrir, y, como viene siendo habitual, el parte oficial vuelve a proponer el linchamiento en la plaza pública del Comité de Empresa y pegarle fuego al Comité de Huelga en la esquina más cercana. Ante el preaviso de huelga y la natural prudencia con que la patronal de los Centros de Arte, Cultura y Turismo (CACT), hoy representada por CC, acude a la negociación en busca de soluciones pactadas, el club de fans, fiel a su naturaleza, reclama asistir a la mesa de negociación provisto de una vara, una lata de gasolina y una caja de fósforos. La vara, para el apretón de manos; la lata y los fósforos, para cuando estén todos sentados.

En un tiempo de récords continuos en el ámbito del turismo, cuando la única gestión inteligente es quedarse quieto, mantenerse callado, no tocar nada y dejar que la bonanza del mercado siga su curso, lo que en el fondo se dirime es si todo el peso de la reforma laboral del PP va a seguir recayendo sobre el eslabón más débil de la empresa. Pero, del lado laboral, hay quienes sólo aprecian una vieja y enquistada incapacidad política y técnica para gestionar la empresa pública, propaganda aparte, como hay quienes todavía creen en la ilusión de que el futuro reserva algún papel relevante a la hostelería en los CACT. Del lado de la patronal, dado que ninguno es empresario, sino asalariados temporales bien del Cabildo bien de los CACT, no se comprende por qué no se aborda este viejo conflicto con cabeza.

“Hay que redimensionar a la baja la hostelería en los CACT. Ni privatizarla ni relanzarla, sino reducirla a su mínima expresión”

Cada tanto, el conflicto se reaviva. Lógico, porque lo que no funciona es el modelo. Habría que refundar los CACT atendiendo a aquellos principios fundacionales que todavía hoy son válidos, desechando aquellos que no lo son e incorporando nuevos criterios venidos de la mano de la evolución del conocimiento y de la experiencia, así como de la transformación de la propia isla. Dicho de otro modo, hay que redimensionar a la baja, notablemente, la hostelería en los CACT. Ni privatizarla ni relanzarla, sino reducirla a su mínima e imprescindible expresión. Pero habría que hacerlo desde el pacto y la premisa de que los trabajadores son inocentes, defendiendo el empleo público y garantizando los puestos de trabajo de todos y cada uno de los componentes de la actual plantilla. ¡Y sólo la actual! Eso sí, pidiendo a cambio flexibilidad en los horarios para atender las necesidades del servicio y movilidad centro a centro.

¿Y cómo se consigue eso? Pues con tiempo y paciencia, como requiere toda reconversión en profundidad, sustituyendo prisas y ansiedades electorales por un proceso lento tendente a implantar el nuevo modelo de Centros. Entre ocho y doce años, más o menos. Reducidos los costes, simplificada gestión, olvidado el recurrente extravío de los solomillos, amortizado un número significativo de puestos de trabajo debido a las jubilaciones y reconvertidos otros tantos hacia nuevas funciones laborales, los Centros se transformarían en la red de museos públicos insulares de arte y naturaleza, el lugar al que nunca debió dejar de pertenecer. Y, con una estructura de costes sensiblemente inferior, de productividad y rentabilidad ni hablamos.

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