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El castillo de San Gabriel, un contraste por San Ginés

El castillo de San Gabriel parece dormitar ante la indiferencia con que se siente tratado por los arrecifeños, hasta que despierta en agosto.
El castillo de San Gabriel, un contraste por San Ginés

Lo tenemos tan visto que casi pasa desapercibido. El castillo de San Gabriel parece dormitar ante la indiferencia con que se siente tratado por los arrecifeños durante once meses al año, aunque compensada en buena parte por la curiosidad de los turistas. Así es hasta que llegan las fiestas patronales de Arrecife. En ese período, el castillo se hace presente y brilla en el programa de mano y en los carteles de la celebración, normalmente junto al Puente de las Bolas, la torre de la iglesia de San Ginés de Clermont y algún elemento marinero ubicado en El Charco. La fortaleza se despereza y se engalana para tratar de llenar el vacío de la falta de estima de los habitantes del puerto; y lo consigue, pero sólo durante dos o tres semanas. Después de los fuegos artificiales, el castillo de San Gabriel se recuesta sobre su lecho en el Islote del Quemado y regresa al olvido.
 
En su origen, en el XVI, se edificó un primer recinto fortificado sobre uno de los islotes situados en la marina -también llamado de los Ingleses- con la misión de defender el mejor puerto natural de Lanzarote, por lo que se convertiría en la primera línea de defensa de la isla. La construcción consistió en una plataforma baja amurallada con su correspondiente pretil de piedra, mientras que las dependencias interiores eran de madera, por lo que debió resultar muy poco intimidatoria ya que fue incendiada por los turco-argelinos en la invasión de 1586. De ahí la creencia de que el nombre del lugar tiene su origen en la quema de la fortaleza. A mitad del siglo XVII comienza su reforma de la que, desde entonces, es conocida por la fortaleza de San Gabriel, en honor al Capitán General de Canarias que ordena su reparación.
 
"Los visitantes no encuentran en las inmediaciones ni aseos públicos abiertos ni un mal carricoche ambulante donde pedir un refresco”
La tipología responde a la arquitectura militar de la época. Tiene planta rectangular con esquinas prominentes por efecto de la reforma que unió, con un muro corrido, los cuatro baluartes de punta de diamante de sus ángulos. El interior está en un nivel inferior, separado de la entrada por algunos escalones, donde encontramos varias estancias. Las centrales, distribuidas a lo largo de un pasadizo, son originales del XVIII -cuando fue revestido de piedra para darle su aspecto más conocido- y en ellas se albergaba el calabozo, el cuarto de repuesto de pólvora, almacenes y la sala de armas. Las estancias laterales son fruto del vaciado del relleno que separa los dos muros de las dos construcciones diferentes, que es muy reciente, pues data de 1963. En ese año, el castillo se somete a una intervención por parte del Ayuntamiento de Arrecife y de la asociación Amigos de los Castillos, procediéndose al vaciado entre las dos paredes de las dos construcciones diferentes y el enlosado del acceso, entre otras intervenciones. La isla se abría al turismo y de ahí que se pusiera énfasis en el rescate del patrimonio cultural, y no sólo de los castillos.
 
Su evidente interés cultural propició que fuera declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1979, junto con su camino de acceso y el puente levadizo de las Bolas, Fortaleza de San Gabriel, Puente Levadizo o de Las Bolas y dos accesos. Desde 2004 es Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento.
 
Los ingenieros Torriani, Salcedo y Riviere o los corsarios Arráez Javán, William Harper, Berkley y Clifford han tenido alguna relación con el castillo, unos para hacerlo inexpugnable y otros para asaltarlo y reducirlo a cenizas. Hoy es reclamo de unos pocos amantes de la pequeña playa situada a su vera y orientada al poniente, y de los turistas que, atraídos por el Museo de Historia de la ciudad, no encuentran en las inmediaciones ni aseos públicos abiertos ni un mal carricoche ambulante donde pedir un refresco. Quizá por eso, la fortaleza prefiere seguir dormitando.

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