Ocho horas y pico

Esta es la duración de la primera película que hemos visto este ano en Cannes. Ha sido llegar al festival, después de un viaje que cada vez se nos hace más penoso, resolver el papeleo y meternos de cabeza en la sala, a las diez de la mañana, para salir cerca del oscurecer. Como se dice en estos casos, sarna con gusto no pica.
 
“Dead Souls”, que así se titula la película en cuestión, lleva la firma de uno de nuestros cineastas favoritos, el gran Wang Bing. La larga duración de sus obras se ha convertido en una de sus más significativas señas de identidad. “Al oeste de los railes”, la película con la que se dio a conocer en 2003, duraba 9 horitas. Tiene otra, “Crude Oil”, que alcanza hasta las 14. Cronista infatigable de la ruina política, económica y social de la China contemporánea, Wang Bing es uno de esos francotiradores que va por libre filmando en solitario con su cámara en mano, recorriendo el país de cabo a rabo y fijando siempre su objetivo en los sectores y colectivos más desfavorecidos, marginales y oprimidos. Documentos escalofriantes sobre una sociedad que ha sido devuelta a la barbarie del esclavismo.
 
Pero tampoco desdeña este director repasar la historia más reciente de su país natal, a la que ha dedicado también varias películas. “Dead Soul” se centra en el testimonio de varios supervivientes de los campos de reeducación tras la revolución china, que para evitar morir por inanición tenían que recurrir incluso al canibalismo. Son grabaciones de 2005 en su mayor parte, algunas otras más recientes, que probablemente sirvieron como trabajo de campo y documentación para “The Ditch”, una de sus pocas incursiones en el cine de ficción en 2010. La edición y puesta al día de estos testimonios resultan mucho más crudos que cualquier intento de hacer ficción con ellos. Wang Bing filma a estas personas dotándolas de toda su dignidad, como jirones de vida que han resistido todo este tiempo milagrosamente.
 
A su manera, Wang Bing también es un resistente que se niega a plegar sus películas a la duración estándar que impone el mercado. Es una lucha larga de muchos cineastas que se remonta a Stroheim y su “Avaricia” (1924) y se continua hoy día con autores como el filipino Lav Diaz o el argentino Mariano Llinas, que ha presentado recientemente el Festival de Buenos Aires “La Flor”, de 14 horas de duración. El destino de este tipo de propuestas son casi siempre los festivales de cine, los museos o algún otro tipo de desinteresada iniciativa cultural. Fuera de estos círculos, lamentablemente, casi no existen.
 
El Festival de Cannes ha tenido los arrestos de programar a un director como Wang Bing, lo cual no suele ser habitual por estos lares, y los que hasta aquí llegamos no podemos sino celebrarlo y aceptar el reto. Hacia mitad de la proyección se hizo una pequeña pausa para estirar las piernas. Wang Bing se mantuvo con nosotros durante toda la proyección, un gesto que tampoco suele ser habitual. Son artistas que están hechos de otra pasta.

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