Arrecife, manual del buen gusto

Arrecife, manual del buen gusto

Arrecife es una herencia envenenada. Cada proceso electoral es como un muerto, y los bienes del finado son la ciudad, el legado que se reparte el nuevo partido que haya de gobernar. De la presentación pública de las organizaciones empresariales que reclaman atención para la ciudad, y no tanto para Arrecife como para el centro de la capital, me ha llamado la atención quien se ha referido de forma sorprendente a la ausencia de buen gusto. Resulta una afirmación valiente y atrevida, puesto que la ciudad siempre se ha hecho desde el gusto de alguien. No siempre desde el concepto de lo que esto significa para unos pocos, pues si se trata de gusto del bueno, esto sólo parece perceptible para quien disfrute de semejante virtud. Digo valiente porque le pueden salir francotiradores que disparen a dar por semejante afirmación. 
 
El buen gusto suele ser una visión de palco, de gente refinada, al menos así lo interpretan los notables. No es exclusivo de ricos, es más de conjugación de astros en el momento del nacimiento. Cuando es de cuna tiene el aprendizaje que dan los recursos, una mirada atenta, la curiosidad y unas condiciones innatas. La casa muchas veces ayuda. Ricos con mal gusto son multitud.
 
Pudiera darse que quien afirme la ausencia de buen gusto pueda carecer de él, y que aquello que es así calificado  simplemente no sea del agrado ni cumpla los parámetros mínimos del observador. Igual lo que sucede a la ciudad no se resuelva con gusto —y hay quienes como Manrique siempre lo han tenido, y bueno— sino con la aplicación de medidas ambientales y con el cumplimiento de las normas. Nadie reconoce carecer de gusto y no todos se atreven a decir que lo tienen bueno. Las reafirmaciones sobre este particular van en la dirección de apelar al "es mi gusto". De estos hay que huir como de la peste.
 
Cuando los alcaldes juegan a decoradores creen que son la bomba
Estoy seguro de que cuando los alcaldes juegan a decoradores creen que son la bomba, aunque el calificativo de horteras es el más ajustado. No hay más que ver el repertorio de rotondas de todo el país, donde Canarias destaca de forma notable para nuestra desgracia. Lanzarote, en decoración de rotondas, anda ahí, ahí. El problema es que todo el mundo cree tener derecho a estar representado en una. Normalmente lo reclaman los de dudoso gusto. Arrecife, esa parte catastrófica de la isla es muy PSOE, simplemente porque ha gobernado muchos años.  En la última etapa no parece justo culparlos de alguna horterada porque no han hecho nada.
 
Llegados a este punto parece insensato pedir la acreditación del buen gusto a los candidatos, aunque con sólo echarles el ojo encima ya sabremos qué esperar. Sería más adecuado solicitarles que tengan todos los sentidos en alerta, que estén dispuestos a escuchar a la ciudadanía, llena de personas bienintencionadas, pero también cargada de experiencia y de profesionales de todos los ámbitos. Seguro que estarían dispuestos a estar por el placer de ayudar en la construcción-redefinición del espacio público. Que se vuelquen sobre la mesa las mil ideas y sobre ellas que se tomen las decisiones.
 
Sobre la ciudad, todo lo que ese concepto implica, me atrevería a calificar como de pésimo gusto los tramos urbanos de vía ciclista, recorrida por un sinfín de absurdas papeleras-jardineras con un cactus en cada una. Nunca vi nada más ridículo. El nuevo mobiliario urbano de la Avenida y las farolas del Charco, la poda de los árboles urbanos, el edificio del Cabildo, la redecoración interior del templo de San Ginés también son cuestionables. Resulta de pésimo gusto los tendidos aéreos, los solares, salinas, parques y casas abandonadas...
 
¿Han hecho mención aquellas organizaciones a la responsabilidad de vecinos y empresarios que castigan la ciudad con su mal gusto? No, por supuesto que no. Son sus iguales. Nada fiables, por tanto estas entidades empresariales. Me dan hasta vergüenza por la falta de sustancia, que de gusto por un relato ajustado ya sabemos que no están adornados.

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