Berlín

Lo primero que  llama la atención del Festival de cine de Berlín es que te permiten pasar a las proyecciones con un botellín de cerveza (o lo que se ofrezca) en la mano, para ir degustándolo durante la sesión. Tampoco te pondrán pegas si entras con una frutita o apurando un cacho de pan antes de que arranque una nueva película. A diferencia de otras plazas que hemos conocido, aquí los controles no son tan exhaustivos ni asfixiantes. Si estás en una cola, respetan el estricto turno de llegada, aunque representes al medio o institución más humildes. No existen castas ni privilegios, como en Cannes. En las estaciones de metro ni siquiera les ha hecho falta colocar tornos.
 
Reconstruida enterita desde los escombros a los que quedó reducida tras la II Guerra Mundial, partida en dos luego por el Muro que levantó la Guerra fría, Berlín se percibe hoy como una ciudad tan atípica como acogedora, capaz de hacer convivir etnias múltiples y culturas muy diversas, al menos por lo poco que hemos podido conocer fuera de las salas y a pesar del frío más o menos intenso que te cala hasta los huesos. El Festival de cine, que ha celebrado estos días atrás (del 7 al 17 de febrero) su 69 Edición, está hecho a su imagen y semejanza. Hasta aquí llegan películas procedentes de todos los rincones del planeta, desfilando armoniosamente por las pantallas de las diferentes secciones (Panorama, Fórum, Generación,…), desparramándose por toda esta gran urbe e implicando a toda la ciudadanía, desde la sede central en Postdamer Platz hasta prestigiosos  centros culturales y salas de cine legendarias como el Delphi.
 
Berlinale: se privilegian los valores políticos antes que los 
artísticos
Precisamente este carácter aglutinador es también la principal causa de sus limitaciones. Se promueve tradicionalmente un cine comprometido con los temas candentes de la actualidad y bienintencionadas causas sociales a costa, en muchas ocasiones, de la calidad de las películas. Se privilegian los valores políticos antes que los artísticos y ese es un lastre de mucho peso con el que ha debido apechugar la Berlinale. Sin ir más lejos, este año el Festival presumía de una programación con un 40% de películas dirigidas por mujeres, lo que sería una noticia extraordinaria de no ser porque muchas de ellas resultaron absolutos fiascos. Pongamos por caso un folletín nefasto dirigido por la catalana Isabel Coixet (Elsa y Marcela) o la enésima revisión del stalinismo en forma de telenovela a cargo de la polaca Agnieska Holland. Al final, estas estadísticas revelan su verdadera condición de gestos forzados que van en contra de la causa que supuestamente defienden.
 
La mejor película que vimos en el Festival lleva nombre de mujer: ‘Gloria’
También hubo excepciones, como A Portuguesa, dirigida por Rita Azevedo Gomes con su estilo peculiar que brilló en el Festival. Posee esta película algo que ningún efecto digital puede imitar: pobreza. La pobreza de los artistas que se sobreponen toneladas de ilusión a la falta evidente de recursos, para sacar adelante sus proyectos con la mayor auto exigencia. La mejor película que vimos en el Festival lleva nombre de mujer: Gloria. Se exhibió en el Fórum Expandido, que es la sección que alberga las propuestas más heterodoxas, y es una vídeo instalación a cargo del norteamericano James Benning consistente en la proyección de un único plano de dos horas de duración de una bandera de las barras y estrellas expuesta a un viento huracanado en Florida, reducida finalmente a un harapo hecho jirones. La más estimulante reflexión política de los tiempos que nos está tocando vivir.
 
Ha sido el último año del director Dieter Kosslick, al mando de la Berlinale desde 2001, y la verdad es que las cosas no han podido salirle peor. Hasta tuvo que retirar de la competición a la película de Zhang Yimou debido a que no contaba con la autorización del gobierno chino (una situación que también hemos padecido en la Muestra de Lanzarote). Se anuncia ahora para sustituirlo a Carlo Chatrian, ex director de Locarno. lo que probablemente redunde en una programación de mucho mayor calidad. Berlín se merece un festival acorde con su identidad siempre vanguardista. Pase lo que pase, siempre volveremos. Mientras nos dejen entrar a las películas con un botellín de cerveza en la mano.

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