Opinión

Cannes on line: memoria

Terminó el Festival de Cannes con una memorable gala de clausura en la que Spike Lee, presidente del jurado este año, haciendo honor a su leyenda de enfant terrible, se saltó todos los protocolos y desveló el premio gordo, la Palma de oro, desde el principio del acto cuando lo habitual es mantenerlo en suspense hasta el final. Fue un lapsus, según reconocía él mismo, que no tuvo nada que ver con su naturaleza rebelde, pero sí quizá, aventuramos, con algo que se tomó después del almuerzo y le sentó pesado o con alguna degeneración neuronal incipiente que en ningún modo le deseamos. Porque el hombre ya no pudo dar pie con bola en toda la velada. Ya nos gustaría un invitado semejante, vestido con esos impecables y llamativos ternos, para la Muestra de cine de Lanzarote, pongamos por caso. O para unos sangineles o unas fiestas de la tapa.

Este año hemos seguido on line no solo la clausura, como es costumbre, sino todo el Festival en peso. Al menos aquellas películas cuyo acceso nos han autorizado los muy exigentes y peculiares agentes de ventas. Muy poca cosa, comparado con nuestras expectativas e ilusiones. La Palma de oro, sin ir más lejos, que ha ido a parar a la joven cineasta Julia Decournau por “Titane”, la solicitamos en su momento a los inalcanzables Wild Bunch, que no son precisamente un dechado de amabilidad y nos han dejado en estado de “pending request” que finalmente no se dignaron siquiera a responder. Dicen que lo de “wild” de esta agencia proviene de las fiestas salvajes que suelen organizar en Cannes y otros festivales. Este año no ha habido fiestas, así que se han quedado en “bunch”.  No pasa nada. Nos alegra que se haya premiado el trabajo de una cineasta joven (¡¡¡es la segunda vez que lo obtiene una mujer en 74 años de festival!!!). Pero vista su primera película, “Crudo”, nos tememos no habernos perdido gran cosa

En cambio, ha sido gracias a los alemanes de Match Factory, que te tratan con la misma consideración y respeto tanto si eres de Brooklyn como de Titerroy, que hemos podido visionar dos de las películas claves del Festival, a juicio unánime de los asistentes este año. Una es “Drive my car”, como la canción de los Beatles, del japonés Ryusuke Hamaguchi, de casi tres horas de duración que se te pasan en un suspiro pese a su fuerte carga literaria que procede del “Tío Vanja” de Chejov nada menos. La otra es “Memoria”, del prodigio tailandés Apichatpong Weerasethakul. Parece mentira que este hombre menudito, tan frágil, y tan, tan humilde, sea capaz de tantísimo talento y de cambiar el curso de la historia del cine y hasta el rumbo de las estrellas si se lo propone. La segunda parte de esta última película suya podría habernos elevado a la estratosfera de poder contemplarla en una pantalla de cine. En un ordenador portátil apenas hemos entrevisto una sombra, un destello de una película que está llamada a dejar huella durante décadas. Habrá que volver más apropiadamente sobre ella. Pero esa es la gran diferencia: las películas de Netflix, cortadas en serie por el mismo patrón, da lo mismo dónde o cómo o cuándo las veas.

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