Chinijos

Chinijos, sí. Los grandes protagonistas de esta edición del Festival de Cannes. Niños chicos recorriendo todas las películas, de ficción y no ficción. Han pasado varios días (que nos han parecido meses) desde la proyección de “Loveless”, la mediocre película rusa de Zviagintsev, pero no conseguimos olvidarnos de un plano del niño llorando desconsolado en silencio, en una composición casi expresionista, escuchando discutir a sus padres por quitarse de encima su custodia y su cariño. Vaya matrimonio más mal avenido. Ver sufrir a un niño te eriza todos los pelos, te remueve las entrañas, te llena los ojos de lágrimas. Especialmente, creo, a los que tenemos hijos en el mundo.

Ha habido otra película importante con niños, “The Florida Project” de Sean Baker (norteamericana), localizadas en las afueras de Disneyland, en Orlando, en unas urbanizaciones pintadas con los colorines más horteras que quepa imaginarse, retrato de unos chiquillos de apenas seis años en vacaciones de verano, jugando y haciendo toda clase de ruindades como no habíamos visto desde que nosotros mismo fuimos niños chicos. Cualquier bobería es motivo para juegos, risas y diversión. Escupir pollos para ver quien llega más lejos; bajar la palanca de la luz; pegarle fuego a algo muy inflamable… A los niños de hoy día los vemos ensimismados con sus artefactos electrónicos y da lástima. A estos da gusto verlos corriquiando por todas partes e inventando. Hacia el final interfieren los problemas y las angustias de la gente mayor (como cantaba Roberto Carlos) y se te vuelven a erizar los pelos. Grandiosa película, digan lo que digan los críticos, que nos llevamos de Cannes en el corazón.
 
“La película más estimulante llegó, cómo no, de Portugal. Trata de un grupo de obreros que toma en cooperativa la fábrica arruinada”
 
Hay otra película más, “La Familia”, del venezolano Gustavo Rondón, una suerte de remake de “El ladrón de bicicletas” trasladado a la realidad actual (y abisal) de la ciudad de Caracas. Impresionantes imágenes que apenas dejan intuir aquel infierno y lo poco que cuesta (y se valora) la vida.
 
Los niños son el futuro y por eso nos preocupan. Preocupa el futuro de un mundo a la deriva. Qué será de nosotros, parecen preguntarse varias películas. El alemán Haneke, el griego Lanthimos y el sueco Ostlund se han traído bajo el brazo tres propuestas casi gemelas en las que la vieja y acomodada Europa malvive acosada por los nuevos bárbaros, desde las barriadas pobres, o en forma y figura de inmigrantes. Pero la película más estimulante y reflexiva del Festival llegó, cómo no, de Portugal. Se titula “A Fabrica de nada” y trata de un grupo de obreros que toma en cooperativa la fábrica arruinada en la que trabajan. En este mundo en que las derechas e izquierdas tradicionales han entrado en quiebra, se proponen nuevas alternativas, algunas tan inocentes como la de la autogestión. En un momento dado, tomada y asumida la decisión en medio de varias y sustanciosas discusiones asamblearias, los obreros canta y bailan, con delirantes coreografías, como si la música sublimara todos sus ilusiones y esperanzas.
 
El domingo se fallarán lo premios. Lo que quiera que decida el jurado será discutible y discutido. Al presidente Almodóvar deben estar sudándole las manos.
 
Marco Arrocha

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