Consumir canario no resulta suficiente

Consumir canario no resulta suficiente

Los planes que unos ayuntamientos han puesto en marcha para ayudar las familias en la compra de alimentos básicos han sido la ocasión para escribir y compartir esta nota. Desde las pocas informaciones que he conseguido parece que cada beneficiario pueda comprar alimentos básicos y productos para la higiene en unos supermercados indicados por los ayuntamientos. Bien, aparco este último vínculo e intento reflexionar sobre el núcleo de la cuestión. Pero, antes, me permiten un paso atrás. 
 
Cuando llegué a Lanzarote, empecé a estudiar su tejido social porque, como decía José Saramago, Lanzarote no es mi tierra, pero es tierra mía y yo sentía necesario empezar a conocerla para cuidarla y vivir en armonía con ella, y no sólo aprovecharla. Mi camino personal me ha llevado a centrarme en la relación entre el hombre y el medio ambiente, así que empecé a analizar el estado de la cuestión e imaginar cómo dar mi propia aportación para mejorar lo local en un contexto moderno y global. Desde este reconocimiento, surgieron unas propuestas de proyectos. Esa nota contiene una de ellas. 
En abril nació la idea de un programa de fidelización a través del sello ‘Hecho en Lanzarote’
 
El deber de quedarme en casa para protegerme a mí misma y a los demás, sobre todo a los más vulnerables, se ha convertido de inmediato en una ocasión para elaborar herramientas para enfrentar la emergencia que acababa de empezar y que se situaba en el medio de una ya acentuada crisis socio-económica mundial. A principios de abril nació la idea de un programa de fidelización a través del sello ‘Hecho en Lanzarote’: reunir en una plataforma a todos los productores isleños de bienes agrícolas y alimenticios (el programa se podría ampliar a cualquier sector) y promover en la ciudadanía su compra, aplicando descuentos en base a las características del producto (autóctono, ecológico, etc.) y a los niveles de renta de las personas. Los objetivos eran claramente los de fortalecer otros sectores respecto al turismo (masivo) y crear ocupación diversificada y más estable, además de todos los beneficios que un radical cambio de hábitos de consumo aportaría a nuestra vida, y no sólo.
 
Al enterarme del funcionamiento de las mencionadas medidas de ayudas sociales, ha surgido en mí la siguiente reflexión. Esa habría podido ser una ocasión para testear las consecuencias de unos vínculos ligados primero de todo al origen y, justo después, también a las características de los bienes.
Tenemos que saber cuánto dinero público ha salido de la isla
 
Pongo un ejemplo: ¿cuántos yogures han sido comprados con esas ayudas? Y dentro de esos cuantos producidos en Lanzarote, ¿cuántos en Canarias? ¿cuántos por pymes y cuántos por una multinacional presente en 190 países con quién sabe qué métodos de producción (y fiscales)? ¿cuántos productores utilizan materias primeras autóctonas, ecológicas, con sellos?
 
Podríamos y deberíamos investigarlo. Tenemos que saber cuánto dinero público ha salido de la isla. Tenemos que saber cuánto habría generado el quedarse enteramente aquí. Luego, con los datos en la mano, se podrían planear campañas de información y formación dirigidas a los diferentes actores de la comunidad de Lanzarote que, cualesquiera que sean sus papeles sociales, son siempre y todos hechos por ciudadanos y ciudadanas, mujeres y hombres. Somos nosotros, los que cuando eligen producen consecuencias. Sí, nuestras maneras de actuar tienen sus propias reacciones y pueden realmente marcar la diferencia en una redistribución más equitativa de los recursos. 
El maestro Saramago nos trasmite la importancia de “no tener prisa pero también no perder el tiempo”
 
Somos las primeras generaciones que ponen sobre sus mesas cualquier alimento en cualquier momento del año. El 20% de la población mundial consume el 80% de los recursos naturales y, para satisfacer su propia codicia, llega a permitir que se cambien los ciclos de la madre tierra. Somos los que han perdido el contacto con la naturaleza. Sí, hemos perdido los rituales que nos han acompañado toda una vida.
 
Tenemos que darnos cuenta de eso, preguntarnos cómo salir desde este cul-de-sac. El maestro Saramago nos trasmite la importancia de “no tener prisa pero también no perder el tiempo” y nos llama al “deber de la responsabilidad”,  individual y colectiva. Porque si la prisa es un defecto juvenil, tampoco se tendría que perder tiempo: cada momento, por cierto, es precioso para estudiar, aprender, conocer y experimentar. Actuar todos y juntos, exigir la implicación y el compromiso por parte de todos. ¡Que nadie se sienta excluido! 
 
En 1992, César Manrique nos dejó una misión por cumplir: “Vivimos tan corto espacio de tiempo sobre este planeta, que cada uno de nuestro pasos debe estar encaminado a construir más y más el espacio soñado de la utopía. Construyámoslo conjuntamente: es la única manera de hacerlo posible”.

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