Cuando abra la Avenida

Cuando Astrid Pérez, a la sazón alcaldesa de Arrecife, ordene reabrir la Avenida al tráfico no creo que lo haga con corte de cinta, banda de música y diploma para el primer vehículo que acceda. No creo que rompa una botella de cava constitucionalista contra el pavimento, y esperaría que no se haga la foto con la presidenta del Cabildo, Dolores Corujo, tal que hubieran inaugurado un pantano o bautizado un trasatlántico. Por su bien, confiaría en que no se llamara Titanic ni se hundiera con alguna de ellas a bordo —se salvarían a mordiscos para pillar plaza en una lancha de salvamento—. No esperaría ni que estuvieran allí.
 
Cuando se abra la Avenida, anhelo que a la alcaldesa la coja trabajando ya sea en su condición de hacer doblete, como diputada,  proponiendo la derogación de las leyes que dejan el territorio como un tablero de Monopoly para los especuladores, o en su papel de regidora municipal, desatascando todo lo que sus predecesores han dejado en el inodoro sin tirar de la cadena. Nuevo borrador para un, también nuevo, Plan General de Ordenación —porque ya tenemos uno—, viviendas sociales y regeneración de la ciudad con todo lo que ello implica de físico y de espiritual.
 
Cuando abra la Avenida que discurre por parte del litoral de la capital, la alcaldesa habría de explicar cómo habrá logrado su apertura cuando la misma se intervino con recursos externos  con el fin de que fuera una vía sin tráfico o de tráfico restringido, que es como ha venido siendo. Entiendo que si esa condición no se cumpliera, será el Cabildo, o el Gobierno de Canarias o ambas instituciones las tres las que se verían obligadas al reintegro de la cuantiosa  ayuda europea recibida que saldría de nuestros agujereados bolsillos.
 
 
Cuando reabra la Avenida, en el centro de la ciudad no quedará un local sin arrendar, los comercios venderán a espuertas y todo será mágico
 
Cuando abra la Avenida, si todo fuera como la Cámara de Comercio ha vaticinado, afirmado la alcaldesa y voceado algunos más, en el centro de la ciudad no quedará un local sin arrendar, los comercios venderán a espuertas y todo será mágico, limpio, ordenado y las arboledas urbanas florecerán sobre nuestras cabezas. No voy a ser agorera, pero más bien creo que nada de eso vaya a suceder. Habrá empeorado la calidad ambiental de la zona y ni un sólo coche parará a bajar o recoger a la ciudadanía cargada de bolsas. Las terrazas de las cafeterías seguirán llenas de gente como hasta ahora y la buena actividad comercial seguirá siendo igual de buena, y la actividad cutre, igual o más cutre. Partir de falsos diagnósticos y de posiciones interesadas tiene eso, que han quedado grabados para la eternidad y para sus vergüenzas. Por suerte para todos ellos, la ciudadanía sufre de desmemoria, de un tanto de ausencia de civismo y de sentido de comunidad. Y nadie dimitirá. Es la suerte de aquellos y nuestra maldición.
 
Cuando abra la Avenida, se habrá logrado uno de los compromisos que se impuso la ciudadana Astrid Pérez; uno sería este, el otro no lo ha verbalizado, pero no hay que ser muy lúcido para concluir por dónde pueden ir los tiros. El de las promesas a terceros lo habría logrado parcialmente, quedando el que corresponde al logro del Plan General Supletorio que interesa a algunos. El otro compromiso, el que afectaría a ella, no lo desvelaremos en esta entrega.
 
Si todo sucede como se vaticina, la alcaldesa habrá logrado equiparar el papel de la mujer al del hombre, podría lograr incluso superarlo, pues habrá conseguido que la actividad pública sea igual de poco honorable tal que nos hubiera gobernado uno de esos varones que nos tienen hastiados de la cosa pública. Flaco favor haría a la causa de la igualdad. Yo sigo creyendo que llegar donde antes se nos estaba vedado era otra cosa, más digna, entregada, responsable y, por qué no, sensible, que a lo que muchos hombres con responsabilidades públicas nos han acostumbrado.

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