Dónde habita la belleza o Arrecife según Marcet

Dónde habita la belleza o Arrecife según Marcet

Una lámina de agua como una mordida a la costa. Dos castillos, y un puente, y una iglesia. Unas poquísimas viviendas de otros siglos, y, por escasas, más valiosas, en un entramado urbano apenas alterado. Los despojos de unas salinas y unas molinas fantasmagóricas, con las aspas tendidas sobre unos muros de piedra, empolvados de marrón, en un paisaje imaginado blanco. Cuatro inmuebles noucentistas y dos muestras vanguardistas. A todo ello hay que sumarle una realidad palpable que ocupa el resto del territorio, más del 99% del mismo, con toda suerte de viviendas con escasos valores, edificios poco singulares, solares, y casas arruinadas.
 
Esto, Marcet, es el Arrecife que yo contemplo y que matiza su artículo “Para cambiar Arrecife... cambiemos”. Es cierto que las cosas no son tanto cómo son sino que quedan condicionadas por la mirada que se posa sobre ellas, y lo que es un andrajo a ojos de unos, resulta algo singularmente hermoso ante una mirada atenta o sensible.
 
También es cierto que Manrique no reclamaba la belleza para una isla de plástico ni para un paisaje posbélico, es más, creo que más de una vez afirmó que Arrecife era el patito feo de Lanzarote, una afirmación infantil que expresaba la realidad que sigue siendo: frente al resto, la capital resulta abominable. Eso quiere decir que quizás no sea suficiente reclamar que sea el espectador quien cambie, aunque también sea necesario o complementario. Y no me parece justo pedir a la ciudadanía ni a nuestros visitantes que adaptemos la retina a un entorno cuya belleza se nos viene hurtando.
 
Arrecife también era un despojo para Manrique, como lo es para nosotros

Con los cambios propiciados por Manrique y el Cabildo, se produjo el cambio en la percepción de las personas. No era un discurso teórico, sino propiciado por una actuación ejemplar que abrió nuestros ojos a eso que habíamos ignorado durante centurias, y que coincidió con las intervenciones de los Díaz Rijo, regalándonos los recursos hídricos de los que carecíamos. Sin estos, ninguna isla mítica sería posible ni habría florecido una población atenta. Porque por mucha belleza atrapada que haya en un paisaje, si la subsistencia no es posible, la hermosura queda para las cámaras de los turistas y poco más. Agua y un paradigma estético son las claves para que la población, con la sed saciada y el campo plantado, ya pudiera apreciar el espacio desde una perspectiva alejada del suelo reseco y ajado. La pobreza y la miseria siempre andan reñidas con el aprecio de lo bello. 
 
Arrecife también era un despojo para Manrique como lo es para nosotros, y si no sacian nuestra sed, ahora figuradamente, ni plantan nuestros campos que ya no claman por la lluvia, ¿qué esperan de nuestros ojos más que lágrimas?
 
Arrecife está ahí, nunca ha dejado de estar, bajo el desorden y la suciedad
Digo, Marcet, que es necesario el discurso que plantea pues a mí me convencen las posibilidades de la ciudad y veo, no lo que hay, sino lo que puede albergar. Pero tengo consciencia de las carencias. Se trata de cambiar la mirada, y acaso debamos esperar. Pero el cuánto esperar se convierte en una agonía, pues sabemos qué esperar de todos los que conocemos y de los que ayer han sido responsables de la gestión pública de tan pequeño municipio. Quienes se manifiestan sobre el espacio público, principalmente sus representantes y quienes aspiran a serlo, lo hacen con afirmaciones vagas, apuntando siempre las posibilidades, pero es seguro que ni saben de qué hablan pues nunca descienden a elevar propuesta alguna. Terreno baldío, por tanto, e imposibilidad de debate más que sobre la nada.
 
Ya no puedo esperar ni lo deseo, y la espera, esa extraordinariamente detestable forma de vivir en provisionalidad, no la quiero ni para mí ni para mis conciudadanos. Ya me he regocijado, muy por encima de lo razonable, en este estado de miseria, arañando algo de hermosura donde la imagino o la supongo, y también sé de sus posibilidades y armo la ciudad en mi cabeza y la visualizo de tal forma que esa ensoñación inmediatamente me estampa contra la realidad. Lo tangible, lo cierto, ya no es tanto que nadie sepa o quiera, sino que de tanta incompetencia podamos esperar algo. 
 
Claro que Arrecife está ahí, nunca ha dejado de estar, bajo el desorden y la suciedad, bajo el caos, y la estafa permanente, y lo peor es que está en viejas fotos que me hacen daño por las ausencias, por lo que ha dejado de ser. Acaso usted acepte vivir en esas condiciones, pero a mí ya no me vale, y no creo resultar más exquisita que usted. En absoluto. Pero es que no voy a conformarme ni con estos ineptos que degradan ese escenario que es mi vida, ni con tanto inútil que vive de la política y que lo de “servir” le suena a poner copas en un garito.
 
Y sí, merece la pena no resignarse hasta que alguien mínimamente decente se haga cargo de esto. Salud, para que usted lo vea y para que yo lo disfrute.

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