Opinión

El alarmante estado de la política

El alarmante estado de la política

La política en general, y muy especialmente en el Congreso de los Diputados y Senado, está escenificando un campo de batalla donde algunos de sus protagonistas exhiben lo más perverso de una sociedad democrática: insultos, descalificaciones, faltas de respeto, exabruptos, desconsideraciones, pérdida de la cortesía parlamentaria y del saber estar. En el momento más complicado que nos ha tocado vivir en esta etapa democrática —desde el intento de Golpe de Estado del 23-F— ha aflorado lo peor de la política: el odio, el rencor y el frentismo.
 
Miles de familias que aún lloran a sus muertos por la COVID-19. La sociedad continúa atemorizada por un virus al que, de momento, la ciencia no ha podido derrotar. La peor crisis económica que hayan conocido las generaciones actuales está dejando a millones de personas sin trabajo. La amenaza de la tensión social se multiplica. La coyuntura es explosiva. Y, lamentablemente, cuando más necesitamos estar juntos para afrontar este complejo escenario surge la sinrazón, el mal ejemplo, el rencor, el odio y el frentismo entre nuestros representantes públicos.
La crisis sanitaria se solapa con una previsible hecatombe económica
 
España, y particularmente Canarias, viven una situación excepcional. La crisis sanitaria se solapa con una previsible hecatombe económica provocada por el aislamiento ciudadano y el cierre de prácticamente todas las actividades económicas. El resultado era predecible: paro y riesgo de fractura social. La durísima crisis sanitaria, económica y social que amenaza nuestro bienestar y la paz social exigía —y sigue exigiendo— una respuesta igualmente excepcional por parte de la política.
 
Es excusable que puedan faltar medios suficientes para dar respuesta al ingente problema económico y social que tenemos por delante. Sin embargo, no tiene excusa o explicación posible que la respuesta de la política esté siendo el enfrentamiento, la división, la bronca, el matonismo y el avivar irresponsablemente el enfrentamiento por razones ideológicas de las dos Españas. Los momentos que vivimos demandan estar unidos para trabajar juntos, poniendo cada uno lo mejor de sí mismo, así como trasladar a la ciudadanía esperanza y confianza en las instituciones y en sus representantes sociales, encargados de impulsar acciones y medidas para ayudar a acotar la crisis económica que nos está envolviendo El entendimiento y los acuerdos solo son posibles desde el diálogo, el respeto, la racionalidad y la grandeza que hacen falta para escuchar al otro, nunca desde la exclusión, el rencor, el desprecio, la bajeza y la ruindad.
Nunca la situación cayó tan bajo como la que vivimos actualmente
 
A lo largo de los más de cuarenta años de esta etapa democrática hemos tenido momentos de gran tensión entre los partidos políticos en España, pero nunca la situación cayó tan bajo como la que vivimos actualmente. Desde los choques dialécticos que se produjeron gobernando Adolfo Suárez —especialmente duro fue el eterno número dos de Felipe González, Alfonso Guerra, que se convirtió en azote de la derecha y la lengua más afilada y sarcástica del parlamento español—, pasando por el acoso al que fue sometido el propio Suárez en su segundo —durante una etapa llena de dificultades políticas, sociales y económicas, coincidiendo con los criminales atentados de ETA o el asalto al Congreso y la posterior intervención del Rey—, siguiendo con los duros enfrentamientos de Aznar con Felipe González en la recta final de los gobiernos presididos por éste —solo por señalar algunos ejemplos, como el enfrentamiento a tumba abierta entre el PP y el PSOE a raíz de los trágicos atentados del 11-M en Madrid— jamás la tensión política y la falta de respeto por al adversario habían llegado a los niveles —a la bajeza y pobreza intelectual— que estamos viendo con preocupación, asombro e incredulidad.
 
Hoy, sin los perjuicios del posfranquismo y representándonos una generación que ha tenido más oportunidades para formarse —de la que cabría esperar más respeto y tolerancia— nos desconciertan con su desprecio a los más elementales principios democráticos. En el momento en el que los ciudadanos más necesitamos de la política para hacer frente a la hecatombe social y económica que nos cae encima, ésta nos falla, defrauda y alarma.

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