El epitafio del PIL

Foto: JL Carrasco.

Si me preguntas, ya no sé decirte cuándo empezó todo. Ni por qué razón judicial entró este hombre en la cárcel la primera vez, ni la segunda, ni la tercera… Tampoco sé a qué sentencia o sentencias obedece que esté inhabilitado para siempre jamás, ni sé cuántos juicios tiene pendientes, ni cuántos años de condena acumula… Ya ni sé y he de confesar que no me interesa. Es como si me hablases del Pleistoceno, y eso me queda bastante lejos en el tiempo. De hecho, a veces dudo si estamos ante una realidad o un relato de ficción sobre el poder, el populismo y la corrupción, una gran estafa colectiva disfrazada de proyecto político que jugó con los sentimientos y las ilusiones de miles de personas. Lo suyo, ahora, es un funeral adecuado. Metafóricamente hablando el de su líder histórico y real como la vida misma el del partido.
 
Por lo que sabemos, el Partido de Independientes de Lanzarote (PIL) tuvo un óbito clandestino y, por eso mismo, nos pasó desapercibido. Las exequias las ofició Ramón Bermúdez tras pasarse con sus mermadas y envejecidas tropas a Lanzarote Avanza, o Lava, un colgajo de Coalición Canaria que surgió como un nuevo experimento político y ha quedado en nada, de momento. Llegó acompañado de toda suerte de fanfarrias destilando poderío económico por los cuatro costados y se desinfló. Pufffff… Mas, por lo que el PIL significó en nuestras vidas, lo suyo son unas honras fúnebres apropiadas, un funeral adecuado, con escasa participación quizá, pero digno. Y, eso sí, que no falte una buena pira para purificar el espacio público insular y alejar para siempre jamás el peligro público número uno de Lanzarote en cualquiera de sus formas. Sin lápida, sin epitafio. Sin rastro.

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