Opinión

Esto que nos devasta. Estos que nos devastan

Esto que nos devasta. Estos que nos devastan

  De quien nada se espera, nunca te decepcionará

No tengo muy claro a dónde nos va a conducir esto. “Esto”, no es la COVID-19, ni lo es la crisis social y económica derivada de la pandemia. No es la sociedad que hemos construido mono-dependiente del turismo. Hablo de personas, las que durante parte del siglo XX y lo que llevamos de nueva centuria, han tomado —y dejado de tomar—  las decisiones en el ámbito de la política. Vaya por delante que esta sociedad cuenta con gente muy valiosa, quizás más fuera que dentro de la política, pues en los partidos los quieren dóciles para que no sean una amenaza a sus  liderazgos.
 
Si la ciudadanía disconforme deja asomar un resquicio de independencia, se vuelve sospechosa. Se desprecia y se intenta anular al discrepante, y no se tolera su opinión sobre los asuntos públicos que parecen de la propiedad de alcaldes o presidentes de turno, así como de técnicos a los que se permite detentar un poder que no les corresponde. Se gestiona el servicio público como un mercado, y las decisiones se tomas por cojones, o por ovarios, no porque convengan a la población, al territorio, o al espacio público. 
 
Cuando desde las administraciones locales e insular se ha coqueteado con alguna forma de  corrupción, el descubrimiento de tales prácticas no sólo no ha servido para abrir puertas y ventanas, sino para modificar el modo en que se acuerdan las prácticas corruptas. Todo ello conduce a un deterioro del sistema y de la propia realidad física de la Isla, así como al incremento de la desigualdad entre la población.  Lo del sistema está claro, lo del territorio, porque las decisiones que afecten a este le favorecerán o perjudicarán, ya sea en forma de intervenciones amparadas en la legalidad en el primero de los casos, o en forma de construcciones ilegales o daños al medio, en el segundo. Como ejemplo nos vale una bodega en La Geria en la que todas las personas relacionadas con los procesos que van desde el diseño hasta la culminación de la misma se han saltado los mecanismos legales y pretenden irse de rositas con la inestimable ayuda de la judicatura. No hay mayor desigualdad en el trato a la ciudadanía ni mayor muestra de desprecio de todos los participante en semejante affaire, personas que representan un oficio o a administraciones, ya sea locales o autonómicas. 
 
El interés general, ese que debe dar satisfacción a las aspiraciones de una mayoría, se desatiende, y las prioridades no existen en cuanto a lo que es realmente urgente considerar: desigualdades sociales y acceso a la vivienda;  naturaleza, sostenibilidad y paisaje;  diversificación de la economía y turismo; patrimonio, identidad y cultura; vejez y calidad de vida en esta etapa; residuos, infraestructuras hidráulicas, independencia energética; Arrecife… y todos aquellos temas arrastrados durante décadas sin que tengan una atención definitiva para ninguno de los que ha correspondido intervenir con determinación.
 
Los partidos políticos devienen en órganos de contratación de amigos y afines, y las primeras acciones de gobierno proceden a aplicar idéntica medida: los amigos, familiares y colegas a sueldo que no asesoran sobre nada. La juventud es el único valor para acceder a la actividad pública. No lo es el conocimiento —nunca como ahora ha servido de tan poco—, no es la experiencia, ni lo es la trayectoria académica o profesional. Es más, la ausencia de una trayectoria profesional o laboral es la característica de muchos dirigentes públicos, que suelen padecer de enormes déficits en muchos campos. Y cuando hay trayectoria laboral, alguna es de una cualificación sin relación con las responsabilidades derivadas del ejercicio de un cargó público. 
 
En el caso del gobierno autonómico, el rastro de CC queda en forma de normativa hilvanada a la medida de la especulación. Ahí siguen publicadas en boletines sin que el gobierno actual que conforma el PSOE, NC, SÍ PODEMOS y ASG muevan ficha para revertir los desaguisados normativos de los nacionalistas, término, por cierto un tanto elegante para definir a los xenófobos que pululan por el orbe. 
 
En la Isla de Fuerteventura, el presidente del Cabildo Blas Acosta, del PSOE, se queda solo con  NC  defendiendo un megaproyecto, con más visos de centro comercial que otra cosa, que pone en cuestión los valores del parque natural que conforman las Dunas de Corralejo. No pudo pensar Acosta en hacerlo en Puerto del Rosario, sino junto a un espacio enormemente frágil. ¿Estamos hablando de pelotazos urbanísticos o de interés general? Acosta se postula ahora  para el Senado, dicen que para huir de la justicia ordinaria ante un horizonte  que se le supone incierto. Y la mayoría de sus compañeros de  las islas parecen apoyarle en la estrategia. 
 
Si nos ponemos profundos y apelamos a cosas tan etéreas como la decencia, el sentido de la ética, la responsabilidad... todo  parece vacuidad.
 
Lejos de llegar a revertir el estilo —la falta de estilo—  de algunos en el uso de sus cargos públicos que se ha impuesto desde décadas atrás, sus modos se han convertido en la cartilla de la que se aprende a hacer política.
 
Que hay desencanto y perplejidad en las palabras anteriores, es obvio. No es más que el fruto de la observación de lo que nos rodea y de las personas a quienes corresponde gestionar eso que nos rodea, un territorio que siendo frágil, asemeja un laboratorio en manos de aficionados y que en una de estas lo van a hacer estallar con sus experimentos. En ese proceso de locos, todos apuran su paso por la política para hacer bien poco o aplicar un ‘laissez faire’ y marcharse, o eternizarse en el poder, único medio de subsistencia que algunos conocen.
 
En los últimos años hemos tenido que sufrir la vergüenza del cuestionamiento de nuestros representantes públicos y hasta de personas de la justicia. Con el curioso nombre de UNIÓN, ¿unión para delinquir?, o JABLE,  los protagonistas desearían que fueran como arena que se lleva el viento a ver si escapan de esta.   
 
Se tambalea el frágil respeto a lo que representaba —a lo que representa—  la política y, a veces, la justicia. Por tanto, se ha impuesto el todo vale. La primera institución insular fue un maremoto con unos, y lo ha sido con otros, pues en apariencia se adoptan las mismas prácticas, si no, peores y no parece, a la vista de lo que apreciamos,  exclusivo de Lanzarote ni de un solo partido. 
 
La presencia de nuevos grupos políticos en el tablero, con responsabilidad en distintos gobiernos está demostrando que se puede ser capaz de superar en arbitrariedad a los viejos partidos y ha sido posible porque estos ya nada elevado representan. 
 
No obstante lo afirmado, y echando mano de una frase del escritor y periodista Jorge Bustos, diría que si tenemos los gobiernos que tenemos es porque somos el pueblo que somos —unos más que otros, diría yo— . 
 
Transmito mi más profunda decepción de esto, que no percibo que que vaya a tener cura a corto plazo. Sólo anhelo -que no espero-  la ocasión de que los valores democráticos, la honestidad y el servicio público, que ninguno de los que están llegan al listón, puedan imponerse tímidamente antes de que la Isla sea insalvable (¡Boom!), porque les guste o no, vivimos del legado que nos dejó el binomio Ramírez-Manrique.

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