Funcionarios caníbales

Afirmar a estas alturas de la película que el acoso laboral es una lacra social no es decir algo que ignore la mayoría, por lo que a nadie debería sorprender. Sin embargo, si afirmamos que hay acoso laboral en el ámbito de las administraciones públicas, sí puede haber cierta sorpresa. 
 
El acoso laboral en el ámbito privado suele suponer el silencio de la víctima y la complicidad de compañeros de trabajo, justificado por la precariedad laboral y el miedo a la pérdida del puesto. Sin embargo, puede causar sorpresa si el acoso se produce en una administración pública, pues la condición de funcionario debería liberar a víctimas y testigos del miedo a las represalias. 
 
Cierto es que el acosador o maltratador nace y no se hace, y ninguna administración pública está libre de que por los dados del destino le toque la desgracia de sufrir a un maltratador. Con eso debemos contar. Pero lo que resulta sorprendente y completamente inaudito es contar con personas cómplices que están dispuestos a defender a un supuesto acosador siendo plenamente conscientes de la naturaleza abyecta de aquél. Esa complicidad los convierte igualmente en maltratadores.
 
Imaginemos que un funcionario de alto rango es denunciado por acoso laboral
La impunidad con la que se actúa resulta absolutamente incomprensible. En ocasiones se han contado historias de acoso entre funcionarios pero algunas, por tan increíbles, parece poco propio otorgársele crédito alguno. Imaginemos que un funcionario de alto rango es denunciado por acoso laboral. Que pasan semanas y nadie mueve un papel. Que, con posterioridad, se designa a un instructor del procedimiento por acoso, el cual, casualmente, tiene cenas íntimas con el acosador denunciado y que no manifiesta reparo alguno en declarar que no hay motivo para ser recusado. Que las responsables funcionarias de Recursos Humanos se reúnen con el acosador para diseñar la estrategia de defensa. 
 
Pensarás que la historia, por irreal, no es creíble. Estoy de acuerdo. En una vuelta más de tuerca, añade algo de morbo. La prima de la víctima también funcionaria se dedica a llamar a los posibles testigos del acoso para animarlos a que declaren que ni oyeron ni vieron nada cuando el maltratador hacía de las suyas. Dirás que me estoy pasando de frenada. Lo sé, pero procede aclarar en este punto que los negocios del marido de la prima prosperaron gracias al acosador. Por tanto, las preferencias cariñosas de la prima quedan perfectamente decantadas, no del lado de la sangre, sino de determinado interés, ese que excede el de los afectos.
 
La historia, amén de penosa, de ser cierta, sería de juzgado de guardia
Así como para rematar, un grupo de incondicionales fans, también funcionarias, organizan una comida homenaje al acosador, apartado temporal y convenientemente en otra administración en la que maneja la redacción de documentos esenciales para el desarrollo de determinada comunidad hablamos de urbanismo. Tú dirás: “Mujer, igual no sabían que era un acosador”. Ya. Pero imagínate que delante de toda la tropa se dedicara a insultarla, a vejarla y a desprestigiarla y sin que nadie emitiese el más mínimo reparo a semejantes comentarios. Además, en determinadas administraciones todo se sabe. Como agravante, cabría señalar el hecho de que sea posible, con la que está cayendo, que en el dramático terreno de las ofensas a la mujer, haya mujeres que se apunten a machacar a su igual. Debe ser algo atávico y primitivo que se relaciona con eliminar a las competidoras. Tal que animales.
 
Esa historia no puede ser cierta, pensarás, pues los funcionarios no pueden comportarse de forma tan deleznable, ni las mujeres, en calidad de tales, puedan ser tan insolidarias. Estoy de acuerdo. Pero podría pasar en cualquier lugar. Pasa, de hecho, en algunos lugares.
 
Podríamos situar la historia en La Graciosa, pero allí, por suerte, no han constituido un Cabildo como el que retratamos. La historia, amén de penosa, de ser cierta, sería de juzgado de guardia. Y no, no sucede en Lanzarote el hecho que contamos, ni tal cual lo contamos.

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