La ciudad que habito

Si le dejan en paz y recibe los nutrientes que le hacen falta, este arbolito raquítico crecerá y dará sombra a los bancos cuquis de esta vía de Arrecife. Hasta llegar aquí he contado por la calle: dos salpicones de vómito, veintitrés cagadas, una alcantarilla rota (que ha sido tapada con un tablón de madera que ya está roto también) y varias manchas pretéritas dignas de un test de Rorschach. La ciudad que habito está hecha un cuadro. La víspera de las elecciones, una vecina me decía que en este puerto no hay nada que hacer. Que no importa el color político que gobierne porque la gestión municipal consiste en decir "mejor mi clan que el tuyo" y "qué fatal la herencia recibida". Que a ver qué pintan unas letras gigantes recordándonos el nombre de la ciudad en la avenida. Que qué demonios hace Urbaser, empresa imputada, con plantilla corta y mal pagada, encargándose de la limpieza pública. Que habría que suspender los sueldos de los gestores públicos que  se van de vacaciones sin cumplir con sus funciones. Que ya está bien de que no haya baños públicos y de que el jardín que diseñó César Manrique se caiga a trozos. Que cómo es posible que no haya vivienda social. Mientras la mujer hablaba yo suspiraba pensando en un Arrecife con transporte público eléctrico y, así, ensimismada en mis movidas, pisé una mierda. Todavía sigo quitándola de los surcos de mi playera con palillos y una paciencia menguante.

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