La deuda histórica con Manrique

La deuda histórica con Manrique

Más que deuda histórica, tal y como señala la alcaldesa de la capital, Eva de Anta, en el marco del deseo de la Corporación de tributar un homenaje al artista en el centenario de su nacimiento, para mí, lo que la ciudad tiene con Manrique es una relación de ninguneo clamorosa. Y no parece difícil de explicar si atendemos a que sus intervenciones necesitan de unas condiciones previas donde desarrollar todo su caudal creativo, e igual Arrecife, fuera del litoral, no cuenta con ellas. Al menos así se interpreta desde la evidencia de que poco pudo intervenir en la ciudad en el plano del urbanismo.
 
La ciudad lleva concentrada en un proceso especulativo en el que, por omisión, participa eficazmente el propio Ayuntamiento, hipotecando su patrimonio cultural y vegetal, sus espacios públicos… Un marco que difícilmente pudo dejarse en manos del artista por lo que suponía de merma de beneficios a los de siempre, sin considerarse que cualquier intervención habría supuesto una alta rentabilidad turística y, por añadidura, económica.
 
Siendo merecido cualquier homenaje que se le tribute al artista nacido en la ciudad de Arrecife, mucho me temo que no sea suficiente parar saldar la deuda que tenemos con él, tal y como pretenden en el Consistorio.
 
A la memoria de Manrique, y a quienes habitamos este espacio, Arrecife debe buen gobierno. Es cierto que César ya no se va a enterar, pero nosotros sí, por lo que más que apelar solamente a la distinción, habría que echar mano de un caudal de intervenciones. Pero no como él las habría hecho, cosa que lamentablemente no podremos averiguar, sino fundadas en los pilares sobre los que trabajó, uno de los cuales es la profunda e inteligente relación de la naturaleza y la obra humana.
 
“Cien árboles para un centenario” puede ser el tributo práctico
El Ayuntamiento de Arrecife no puede limitarse a la declaración como Hijo Predilecto y dar por finiquitado su compromiso con la familia del artista, con la propia Fundación, y con la ciudadanía, sino que debe establecer una estrategia con resultados en al menos dos  plazos.
 
Uno, lo que la inmediatez de abril de 2019 propicie para que alguno de los preceptos de Manrique se hagan presentes en toda la ciudad, y dos, lo que el medio y el largo plazo permitan, de manera que el desarrollo de la ciudad en las próximas décadas discurra por una senda de sostenibilidad en todos los campos, y por qué no, que esa forma de entender la relación del ser humano con la naturaleza se plasme en un Plan General. No se trata de recrear la ciudad que Manrique soñó, pues eso lo ignoramos, pero sí conocemos sus fundamentos prácticos y teóricos. Volcar tamaña aspiración en el documento que marcará las directrices de la ciudad para varios decenios no es descabellado.
 
Para el corto plazo, al Ayuntamiento le queda un homenaje más terrenal para el artista, cuyo disfrute sea extensivo a la población y a sus visitantes, así como para que dejemos de sentir la vergüenza que nos atrapa con sólo echar una mirada a nuestro alrededor: “Cien árboles para un centenario” puede ser el tributo práctico con derivaciones a toda la ciudad y a sus habitantes. Supondría la plantación de un árbol por cada año de vida de César. Para plantar desde el día de hoy hasta el 24 de abril de 2019 en que se plantará el número cien. Desde ese día, y en adelante, un árbol por cada día que pase.
 
En diciembre de 2019, la ciudad contaría con trescientos cincuenta y un nuevos árboles, y en diciembre de 2020 serían setecientos dieciséis, así, de forma exponencial. Un capital esencial para la vida de esta ciudad, para la autoestima de su vecindad, para el bienestar de todos. Gesto, y hechos, que testimonien la entrega y el servicio que de, la alcaldesa para abajo, todos, deben a su pueblo (porque de lo que se trae entre manos el Cabildo nada espero).

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