La matraquilla de los presupuestos

La matraquilla de los presupuestos

En noviembre, después de difuntos, siempre tocan los presupuestos generales de la Comunidad Autónoma. Copan la actualidad informativa y la atención de una parte de la población, ávida de que algún día, un lustro de estos, se haga justicia presupuestaria con Lanzarote.
 
El proyecto ya está sobre la mesa, a la espera de debates, enmiendas y aprobación. ¿Cuánto se va a invertir? ¿En qué cosas? ¿Qué partidas llevan nombres y apellidos? ¿A dónde van las partidas sin nominar? Siempre lo mismo, se va a invertir tanto y cuanto en esto y en lo otro, pero casi nadie se detiene en la ejecución real del presupuesto, en la foto final. En 2012, por ejemplo, el grado de ejecución real de los presupuestos de Canarias en Lanzarote sólo fue del 30 por ciento. Es decir, aunque se consignaron 70 millones de euros, en realidad sólo se materializaron menos de 21 millones, lo que la situó como la sexta isla del Archipiélago en inversiones y transferencias de capital. 
 
“Preferimos ciento volando que pájaro en mano, la vana ilusión de lo que está por venir frente a la realidad tangible de lo que de verdad se tiene”
 
Preferimos ciento volando que pájaro en mano, la vana ilusión de lo que está por venir, por incierta que sea, frente a la realidad tangible de lo que de verdad se tiene, aquí y ahora. Quizá por eso, es raro que alguien se detenga a comprobar el grado de consecución presupuestaria, y a dónde fueron a parar los incumplimientos. Porque en la caja no se quedan. Ni en la nube.
 
Además del crónico maltrato presupuestario que, con raras excepciones, padece la isla desde hace más de dos décadas, y dejando de lado los recortes encaminados a paliar el déficit público, a final de cada año se viene produciendo una redistribución de los fondos públicos canarios que poco tienen que ver con los que se aprobaron al comienzo del ejercicio. Y, aquí, el más rápido y el mejor colocado arramblan con los restos. Rara vez hay un cargo público lanzaroteño entre los más ligeros y los mejor situados.
 
Esta es la normalidad, aderezada de otro hecho que ha adquirido el desagradable tonillo de costumbre. Se trata de incluir partidas en los presupuestos destinadas a presuntas obras que llevan años y años pareciendo eso, supuestas obras. Hipotéticas unas e inciertas otras que expresan el estrepitoso fracaso de la gestión pública en ciertos ámbitos. El Palacio de Congresos, el puerto de Playa Blanca, el Islote de Fermina, algunos centros educativos, el Museo de Sitio de Zonzamas… Años y años con la misma matraquilla.
 
JM Quintero

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