Top Secret, 11 de septiembre de 2018

Las drogas

Las drogas
Nuestros hijos e hijas se drogan más y empiezan a hacerlo cada vez a edades más tempranas. Lo hacen, como es obvio, delante de nuestras propias narices. Puede que estemos demasiado atareados como para ejercer de padres y/o madres. El Cabildo de Lanzarote tiene una de las redes de atención a las drogodependencias más completas de Canarias. En alguna ocasión, ha sido merecedor de galardones que lo reconocen. Es para estar orgullosos, sí. Tristemente orgullosos. La infraestructura existente y el personal al servicio de la causa, encabezados por esa extraordinaria profesional llamada Rosa Torres, fue la respuesta al tsunami de droga dura que asoló Lanzarote desde mediados de los ochenta en adelante. El caballo llegó al galope espoleado por el dinero fácil que llenaba los bolsillos de jóvenes que cambiaron las aulas por el bloque y el cemento. A los pocos meses el panorama era desolador. En un lugar tan pequeño como Lanzarote nadie escapaba a la cruda realidad. Quien no tenía un familiar o amigo víctima de las drogas, conocía a alguien que sí lo tenía. Y el dolor te llenaba igual. La vieja Rocar o el Gran Hotel quemado se poblaron de chiquillajes, y no tan chiquillajes, que se consumían con rapidez pasmosa. Esa red de atención a las drogodependencias trabajó de lo lindo y logró revertir situaciones que parecían imposibles de recuperar. Con el tiempo, y la caída de la actividad económica, dejamos de  hablar del tema. Porque el segundo boom económico no traía heroína, sino cocaína. Igual de nociva, pero con más glamour social y de efectos inmediatos menos palpables que  el caballo.
 
Datos dolorosos
Y es ahora cuando, de nuevo, el runrún de las drogas regresa a los titulares periodísticos. Y de un modo mucho más alarmante y peligroso que la realidad de mediados de los ochenta. La Unidad de Atención a las Adicciones alertó ayer de que nuestros hijos e hijas cada vez se meten más droga y lo hacen a edades más tempranas. Hablamos, incluso, de chinijos que a los once años ya han tenido algún contacto serio con el alcohol, el cannabis, la cocaína o con todo ello junto. A los trece ya han ido a pedir ayuda para desengancharse. Sólo el pasado año, 108 pibes entre los 13 y los 18 años fueron atendidos por algún tipo de adicción. Y este año, hasta septiembre, ya se han sumado medio centenar de casos más. Hay preocupación porque empiezan antes. Hay preocupación porque cada vez son más. Y hay preocupación porque son policonsumidores. Se meten de todo. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Se puede hablar del fracaso como padres, madres, familias...? Obviamente, algo falla cuando hay adictos con 13 años. Una edad en la que no se gana dinero. Se gasta el de los padres.
 
Información errónea
La permisividad en el seno familiar, de un lado, la “normalidad” con la que se trata el consumo de hachís, marihuana, la naturalidad con la que aceptamos que ya se puede ir a las verbenas con 12 años y la falsa creencia de que por fumar porros no pasa absolutamente nada, entre otros factores, acaban constituyendo un cocktail de fatales consecuentias. Y sí pasa. Vuelve a pasar que la droga ocupa un lugar preferente en la preocupación de nuestros dirigentes. Representantes institucionales que, en efecto, tienen también su parte de responsabilidad en el origen del problema y en la búsqueda de soluciones y remedios. Con estas estadísticas en la mano es difícil de comprender que se incentiven desde lo público fiestas que invitan a beber alcohol a muy bajos precios. O que las policías locales de los distintos municipios no reciban órdenes más estrictas para empezar a controlar, férreamente, quién va a las verbenas que organizan los ayuntamientos y qué beben. Sigue siendo decepcionante ver a los alcaldes hablar de “éxito” refiriéndose a la cantidad de gente que ha ido a sus fiestas en lugar de analizarlo desde otros puntos de vista.

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