Top Secret, 11 de diciembre de 2018

Las respuestas de los gobiernos

Y no, no nos referimos a los actos realizados para resolver cualquier desajuste o paliar alguna carencia. Nos referimos a las habituales contestaciones a la oposición, a menudo cargadas de buena dosis de falta de respeto. Siga leyendo...

 

Las respuestas de los gobiernos

Las respuestas de los gobiernos

Y no, no nos referimos a los actos realizados para resolver cualquier desajuste o paliar alguna carencia. Nos referimos a las habituales contestaciones a la oposición, a menudo cargadas de buena dosis de falta de respeto. Partamos de un hecho cierto: la oposición tiene, entre otras, la labor de fiscalizar a los gobiernos. En democracia esto es así. En otros países que están en la mente de todos la principal tarea de la oposición, si la hay, es la de sobrevivir. Pero eso no es objeto de este análisis. Tampoco parece serlo de Naciones Unidas. Al caso. Decíamos que en nuestro sistema la oposición tiene la obligación de pesquisar a los dirigentes. Cientos, miles de ciudadanos, optaron por no votarle al que gobierna y tienen todo el derecho del mundo a saber. Puede que a través de ese conocimiento cambien de opinión y acaben votándole pasados cuatro años. O puede que no. Dependerá de la respuesta. De las respuestas. En Lanzarote, visto lo visto, parece complicado que los ciudadanos que no votaron a los gobiernos cambien de opinión tomando como base la educación con la que se dan respuestas. Es un decir, porque habitualmente es la falta de educación lo que predomina a la hora de dar explicaciones.

El desprecio

Cuando un portavoz de la oposición pregunta algo lo hace para que el ciudadano sepa. Seguramente para que el pueblo conozca algún renuncio del gobierno. Lo más sencillo sería que el dirigente ofreciera una respuesta ajustada a la cuestión que se le plantea. ¿Por qué no hay luz en tal calle? Pues porque se fundió, la compramos y estamos esperando a que la manden. En cuanto llegue la ponemos. Así el ciudadano sabe que la oposición se preocupa de las cosas que debe ocuparse y que el gobierno de turno tiene la situación aparentemente bajo control. Sin embargo este tipo de diálogo aquí representado, y que es pura ficción (o no), pocas veces se da. Digamos que el más común sería el siguiente: ¿Por qué no hay luz en tal calle?. ¡Hombre! Ya vino el listo que no se preocupa nunca de esa calle y a buenas horas pregunta por la luz. Debería mirar a su compañero, el que gobierna en no sé dónde, que tiene barrios enteros a oscuras. ¿A que les suena más esta última conversación?

La distancia

Después de ofrecer esa respuesta tan faltona, el contestón mira a su asesor, o asesora, que asiente con seguridad y firmeza llenando de razón al que luego le llena los bolsillos. ¡Así se habla! ¿Has visto como se ha quedado? ¿Estuve bien? ¡Inmejorable! Y, claro, el gerifalte se lo cree, se hincha un poco más y se va alejando del piso como si tuviera un globo de helio por cabeza. De hecho en algún caso nos costaría distinguir una cabeza de helio de una verdadera. Imagínense que vamos a la ferretería, preguntamos el precio del kilo de tachas y el dependiente nos suelta algo parecido a ¡Ya te vale, en tu vida has venido por aquí y ahora te hacen falta las tachas! ¡Pídeselas a tu primo! Todos entenderíamos que nos costara volver a esa ferretería. Pues con la política pasa algo parecido. Respuestas inadecuadas, maleducadas, groseras, descorteses, malcriadas, gamberras, incluso, hacen que el ciudadano se aleje ella y contribuyen a que cada vez vote menos gente.

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