Mayo del 18

Hace 50 años, las revueltas parisinas de mayo encabezadas por obreros y estudiantes se extendieron como reguero de pólvora por toda Francia y alcanzaron hasta la exclusiva y refinada ciudad de Cannes, en plena celebración del evento que le ha otorgado fama mundial: el Festival Internacional de Cine. Jean Luc Godard y el ya desparecido Truffaut lideraron un motín que obligó a paralizar las proyecciones y todo el resto de actividades en solidaridad con la crecientes protestas que desencadenarían la mayor huelga general en la historia del país. La 21 edición terminó bruscamente mucho antes de lo previsto y ni siquiera se otorgaron premios.
 
Aquel gesto abrupto y solidario tuvo una consecuencia importante: la creación de la Quincena de Realizadores, una sección que se celebraría de forma paralela al Festival para albergar al cine más libre, contestatario e independiente en oposición al que se proponía desde la selección oficial.
 
Ahora, la Quincena también ha cumplido también sus 50 tacos y es muy triste comprobar que aquel espíritu combativo que la impulsó ha quedado reducido a cenizas. Es sólo un recuerdo, una sombra. Frederic Boyer y Eduard Weintraub, sus dos últimos responsables, se han encargado de desarmar y demoler toda conquista. Predomina en estos tiempos un cine adocenado, sumiso, mercantil. La película encargada de inaugurar esta 50 edición, la colombiana “Pajaros de verano”, un folletín insoportable financiado con fondos de producción recabados por todo el planeta, es el ejemplo más representativo de esta degradación.
 
Para mayor colmo, resulta que está siendo la sección oficial la encargada de dar cobijo a las propuestas más innovadoras. Hablábamos el otro día de Wang Bing y su película de ocho horas y pico. Pero la gran apuesta de este año ha sido “Le livre d’image”, la última producción del legendario Jean Luc Godard. Godard, sí, el que encabezó el motín de Cannes. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
 
“Le livre d’image” tiene un cierto aire testamentario y se entiende porque Godard ya ha cumplido los 88 años, pero no ha perdido en absoluto su filo ni su capacidad de hacerte cuestionar el mundo y el devenir de la historia. Eterno ‘enfant terrible’ del cine mundial, nos muestra un palimpsesto de imágenes extraídas de muchas otras películas (al modo en que ya hizo en su imprescindible “Histoire(s) du Cinema”) para ilustrar conceptos como el eterno retorno, admitir el fracaso de las revoluciones (un episodio en el que se ven planos de trenes que salen y entran de cuadro hasta arrollarnos), o cuestionarse sobre el origen de la democracia y su degeneración en toda clase de totalitarismos. La última parte la dedica al mundo árabe, sin renunciar a seguir insistiendo en la necesidad de algo así como revolución mundial que nos saque del atolladero.
 
Posteriormente a la proyección, tuvo lugar una rueda de prensa a la que no pudo asistir físicamente, pero si vía Facetime. Ha sido el momento más emotivo de esta edición de Cannes. Móvil en ristre, los periodistas se le acercaban y le preguntaban. Nos dejó lindezas como: “En los próximos años veremos ya muy pocas salas de cine que estén interesadas en la cultura y que muestren mis películas, serán cines militantes”. Y también: “El cine es como Cataluña, tiene complicada su existencia”.
 
Sorpresas te da la vida.

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