Top Secret, 22 de octubre de 2018

Muerte de un periodista

Muerte de un periodista
Un titular periodístico haciendo referencia a la muerte de una persona llama siempre la atención del lector. Te acercas a él con la curiosidad del que quiere saber y el temor a tener que lamentarlo. Este viernes el titular era llamativo “Un joven se ahoga y otras cinco personas son rescatadas en Famara”. Famara. Tremenda Famara. ¿Cuántos titulares parecidos hemos leído? ¿Cuántos nos quedan por leer? El Mundo se puede resumir en Famara. Por su firme arena nos gusta ver a los chinijos dar sus primeros pasos. En las piscinas a marea vacía confiamos a los todavía inseguros nadadores. Por la infinita playa paseamos sueños y preocupaciones. A sus arenas llega el hambre en patera. Ahí nos atrevemos a coger olas, quizá incluso a surfear y, siempre, nos atrapa el hipnótico constante ir y venir de las cometas. Famara cautiva. Famara es vida. Y a veces muerte. Y a veces, tras el titular, te espera el inconsolable dolor. Arturo Escarda era ese joven que se ahogó mientras otras cinco personas eran rescatadas. Una de ellas,  precisamente, se salvó apoyándose en el último esfuerzo que dio en vida el periodista muerto. Porque era uno de los nuestros, en efecto.
 
Rusia
El periodista era nieto de uno de los llamados “Niños de la Guerra”, aquellos famélicos pequeños en blanco y negro que en septiembre del 37 sus propias familias, de la zona republicana, embarcaron hacia la Unión Soviética para evitarles los rigores de la Guerra Civil española y que allí quedaron atrapados tras el estallido de la II Guerra Mundial.  Arturo Escarda, el periodista, se curtió en las redacciones de varios medios de la isla dejando no pocos amigos entre la profesión. Ejerció la profesión igual que vivió: con enorme pasión. Y con exquisito rigor. Todos quienes mejor lo conocieron destacan esas cualidades. El tiempo, y la profesión, lo regresó a Rusia como corresponsal de la Agencia EFE en Moscú. Pero nunca se olvidó de Lanzarote. Una máxima de la profesión reza que el periodista nunca debe ser el protagonista de la noticia. ¡Qué cruel ironía tenía preparada el destino para quien trataba el periodismo con tanto respeto!  Descanse en paz. 
 
Famara
En Famara el baño está tan prohibido como obligado. Permanentemente ondean varias banderas rojas en su kilométrica playa. No se conoce a nadie que las respete. Los lanzaroteños estamos hechos a su belleza salvaje y a su traicionero peligro. Y aún así, de vez en cuando, sus aguas se tragan  algún paisano. La mayoría de tragedias, no obstante, tienen a confiados turistas como protagonistas. Cada vez que salta un titular de muerte a los medios de comunicación, en los hogares conejeros se recuerda el peligro de Famara. Y a su marea nos acercamos con enorme respeto. Nos consta el celo de los vigilantes advirtiendo a los bañistas de lo inapropiado de adentrarse más allá de lo razonable. Pero es imposible controlar a todos en los miles de metros de longitud. En Famara el mar a veces está mal, otras peor y, siempre, cautiva.

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