A quién no votar

Puedo albergar dudas sobre a quién votar, pero no tengo ninguna sobre a quién no debo otorgar mi confianza en las urnas. España es una democracia imperfecta, cierto, pero es un país desarrollado, con cierto nivel cultural y de instrucción y formación. En general, la gente no es toleta, para entendernos. Por eso, a pesar de que hay quiénes aúllan señalando permanentemente hacia algunas cuestiones con el deseo de que se transformen en graves problemas, la mayoría de la población distingue entre una burda consigna y un problema.
 
Problema sería que no acudamos en masa a votar
Problema es la elevada tasa de paro; problema es la precarización de los empleos o su elevada temporalidad; problema es no poder llegar a fin de mes; problema es no poder comprar una casa o pagar un alquiler; problema es que los jóvenes no puedan emanciparse, crear una familia y desarrollar sus propios proyectos de vida; problema son las guerras, las muertes y el éxodo de millones de personas; problema es el calentamiento global y el cambio climático; problema es la generación de residuos hasta el infinito; problema es la reducción de la capacidad adquisitiva de las pensiones; problema es el crecimiento de las listas de espera en la sanidad; problema es  la subfinanciación del sistema educativo…
 
El problema de fondo es el comportamiento político de cierta clase política, empeñada en convertir en un problema de estado cuestiones de naturaleza menor, mientras proponen liberalizarlo todo y embrutecer las relaciones laborales y el mismo orden social. Problema es que los nietos de la dictadura franquista saquen pecho con sus arrebatos predemocráticos, anti constitucionalistas y abiertamente fascistas. Problema sería que los pobres voten a los ricos, los esclavos a sus amos, los demócratas a los fascistas. Problema sería que no acudamos en masa a votar para expresar en las urnas el rechazo a este facherío casposo, incluso al revestido de liberal.

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