Sánchez: poco hecho

No sé cómo interpretar la afirmación de Iván Redondo, que es como el mago Merlín entre los asesores de los líderes políticos, sobre el punto de cocción del candidato Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno en las próximas generales por el PSOE. Los solomillos pueden estar al punto, poco o muy hechos, y, lejos del punto, Sánchez más me parece poco hecho. Que sería lo mismo que le faltara un hervor, y, en eso, discrepo de Redondo, que cree que está hecho. Si Iván Redondo hablara de judías, sería un piropo decir que están hechas, pero si habla del punto de la carne, para un sibarita, sería una irreverencia. El asunto es, por tanto, qué es Pedro Sánchez, y eso, permítanme que lo ponga al nivel de los insondables misterios gloriosos, algo entre la venida del espíritu santo y la asunción de María al cielo.
 
No nos hemos vuelto inmaduros; nuestra imbecilidad como demócratas no conoce límites
Los católicos saben que los misterios están ahí, pero no los por qué. Igual nos pasa con Sánchez. Sucedió, pero aún no sabemos cómo sucedió, aunque puede deberse a la inmadurez de sus compañeros de partido que lo auparon a las nubes o a las ansias de revanchismo en el partido, y también porque es probable que en la distancia corta sea una joya en el manejo del verbo. Yo creo que sigue en las nubes. Que es un hombre de estado, rotundamente, no. Liante, frívolo y vanidoso. Fatuo, vengativo y regalado de sí mismo. No proyecta emoción sobre lo que sucede ni interés alguno en lo que se avecina. Su vanidad nos conduce como zombies, porque realmente nos cambiaríamos por él, por los privilegios de los que disfruta, y por administrar su poder como él lo hace, aunque sea caprichoso y volátil. 
 
Que Sánchez maneja recursos dialécticos para moverse en el cenagal, es obvio. Maneja datos, información y debe disfrutar de buena memoria. Otra cosa es que tenga criterio, ideas propias y un proyecto de país. Si encima es ejemplo para sus afiliados y cargos públicos, apaga y vámonos, porque menudo ejemplo. Nadie más que yo desea una nueva convocatoria electoral, precisamente para hacer lo contrario de lo que hice en las anteriores, que no es no votar, sino dar un voto de castigo. Y espero que unos cuantos miles hagan lo que yo, porque para estar en manos de Merlín, qué más nos da estar en las de la bruja Lola. Que es tan jodido como querer que otro iluminado, como Puigdemont o Torra, decidan nuestro destino. O nos lo jugamos a los dados.
 
No nos hemos vuelto inmaduros. Nuestra imbecilidad como demócratas no conoce límites.

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