Opinión

Sinsentido de Estado

Esta semana no será de las que se olvidan. En apenas siete días se han sucedido distintos episodios de la campaña electoral para las elecciones del 28 de abril, compartiendo protagonismo con los actos de la Semana Santa en toda España y con el trágico incendio de la Catedral de Notre Dame en París, sin dejar apenas espacio pero coincidiendo también con el juicio del ‘procés’ o con la polémica de los debates televisivos. Huellas diferentes de una semana que tradicionalmente se asocia más con el descanso y el recogimiento.
 
En un abrir y cerrar los ojos estamos encarando ya la recta que nos llevará el domingo de la próxima semana a las urnas. Las polémicas y las descalificaciones partidarias han estado muy por encima de las propuestas que deben hacer las distintas opciones políticas para ganarse nuestra confianza y nuestro voto. Tres ideas han estado en el eje de los mensajes de los partidos que concurren a las elecciones. Para el PSOE y Unidas Podemos el asunto central son los serios riesgos de involución que correrá el país si llega a gobernar una mayoría conservadora y ultraconservadora. PP, Ciudadanos y Vox están centrando su  mensaje en la unidad, la bandera y los riesgos de ruptura si vuelve a gobernar Pedro Sánchez. Por su parte, los partidos territoriales -nacionalistas o regionalistas- reiteran que sin ellos las necesidades de sus respectivos territorios no van a ser atendidas por el gobierno central de turno.
 
Nunca habíamos vivido una confrontación tan abierta entre el bloque de partidos
Nunca habíamos vivido -desde la llegada de la democracia en 1978- una confrontación tan abierta entre el bloque de partidos alineados en la derecha ideológica y los situados en la izquierda. Parecida tensión y miedos afloraron en la campaña de las elecciones que condujeron a José María Aznar a la Moncloa en 1996, pero inmediatamente se disiparon y la alternancia en el Gobierno del Estado ha funcionado civilizadamente.
 
Sin duda, la moción de censura con la que Pedro Sánchez desalojó a Rajoy de la Moncloa -con el apoyo de las fuerzas independentistas y rupturistas- está en la base del problema.
 
Habíamos vivido otro momento de máxima tensión entre los dos grandes partidos que han protagonizado estas cuatro décadas de democracia en España -PSOE y PP- en marzo de 2004, a raíz de cómo se gestionó la tragedia de los atentados islamistas de Atocha. El PP se veía como ganador en unas elecciones en las que las encuestas les sonreían. La sentencia de las urnas tres días después de los atentados -aquel 14 de marzo- aupó a Zapatero a la Presidencia del Gobierno.
 
Para los socialistas el castigo que recibieron los populares fue la consecuencia de las mentiras con las que intentaron confundir a los ciudadanos; para los populares fue la manipulación llevada a cabo por los socialistas en la jornada de reflexión -con el apoyo de un importante grupo de comunicación, según su análisis de lo ocurrido- la que impidió que se confirmaran los datos de las encuestas.
 
España tiene graves problemas estructurales que necesitan consenso y entendimiento
La presión mediática y los violentos choques verbales vividos en la comisión de investigación de los atentados del 11-M en el Congreso de los Diputados produjeron una ruptura en las relaciones entre los dos partidos que han gobernado España después de Adolfo Suárez. Sin embargo, la profunda crisis económica vivida desde finales del 2007, que se prolongó casi una década, agitó a la sociedad y surgieron aires renovadores que parecían terminar con el bipartidismo en España en las elecciones generales de 2015.
 
El nuevo cuadro político que surge en 2015 -irrupción de Podemos y de Ciudadanos- hizo peligrar la hegemonía de la que gozaban hasta entonces socialistas y populares. En paralelo con la nueva situación política, el conflicto catalán crecía y crecía. Cataluña los unió, Cataluña los separó. La aplicación del artículo 155 de la Constitución los unió en defensa del interés general y de la Constitución. La moción de censura de Sánchez a Rajoy -con el apoyo de los independentistas catalanes- los ha colocado en posiciones irreconciliables.
 
España tiene graves problemas estructurales que necesitan consenso y entendimiento. Alguien tiene que tender puentes entre la trinchera del bloque de la derecha y el de la izquierda. El país no puede permitirse que los principales partidos dinamiten todos los puentes y cauces de entendimiento. Ahora, como suele ocurrir en los momentos verdaderamente importantes, deben dar muestras de tener sentido de Estado. Son demasiados los retos y problemas que los ciudadanos tienen en su día a día, sería una irresponsabilidad dejarse arrastrar por esta escalada de enfrentamientos que solo conduce a lo que podría catalogarse como un sinsentido de Estado.

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