Vientre sagrado de Gran Canaria

Vientre sagrado de Gran Canaria

Por su interés, traigo a este blog un artículo publicado en la revista turística 'Welcome to Gran Canaria' en su número 69 de marzo de 2019. En breve podremos conocer la decisión de la Unesco a la propuesta para declarar la cueva de Risco Caído y las Montañas Sagradas como Patrimonio de la Humanidad por su “valor universal excepcional”. Sea cual sea el resultado, el lugar ya ha recibido el reconocimiento de todo aquel que ha podido conocer un lugar singular, en el que el hombre y la naturaleza muestran lo más extraordinario que son capaces de crear en armonía, al ser una de las 700 zonas del planeta declaradas por la Unesco como Reserva de la Biosfera.
 
Y el isleño forma parte inseparable del conjunto, de ese entorno que es una metáfora de planeta diminuto o continente en miniatura donde se une cielo, tierra y océano. Este micromundo dentro del mundo fortalece el vínculo personal con la isla y especialmente en este refugio interior que está libre de la lucha eterna contra las corrientes marinas. Una isla que es muy conocida por sus costas, pero que en lo más alto y alejado del mar tiene el corazón de Gran Canaria, y a la vez vientre de la isla, al que hace honor el himno musical y emocional de Gran Canaria 'Sombras del Nublo' (Néstor Álamo, 1936) y que describe la zona como "altar de mi tierra guanche". Un trono de precipicios y roques sobre el abismo donde moran en cuevas desde hace siglos gentes de cumbre, una forma de vida creada por los primitivos pobladores que adoraban a la naturaleza en sus elementos y que organizaban sus ritos y actividades con conocimiento astronómicos muy certeros, principalmente con el sol, según los últimos descubrimientos que aportan un original y mágico argumento a la candidatura liderada por el Cabildo de Gran Canaria.
 
Hoy día encontramos en estos parajes a artistas y creadores, restauradores, emprendedores, investigadores, jóvenes que obtienen de la tierra sus mejores frutos como se ha hecho durante generaciones pero con recursos y conocimientos muy superiores. Viven una vida intensa al ritmo de la doble insularidad de isla y montaña.
El turista y el propio isleño encuentran una serie de 
experiencias únicas
 
Para el insular, cada texto, imagen o descubrimiento provoca la exaltación de los sentimientos, mientras el visitante, reacciona con asombro y aceptación ante la grandiosidad del paisaje de las cumbres. Una escena descrita como la 'tempestad petrificada' (Miguel de Unamuno, 1910) de una gran caldera de hundimiento en el lugar donde surgió la isla, en este vientre volcánico apagado. Tras el terrible nacimiento, desarrolló formas de vida propias. Especies adaptadas a su clima y escasos recursos de una tierra calcinada en la que, a pesar de las dificultades, los seres humanos transformaron parte del paisaje y se integraron en él. 
 
Pero la vida en las cumbres era distinta. Largos recorridos por zonas acantiladas, cabreros capaces de escalar desafiando pasos imposibles y viviendas en paredones que mantienen un pasado troglodita y que invitan a adentrarse en las cuevas para sentir la tierra y la roca envolverte. Un refugio sin tiempo, con una temperatura estable y agradable para los seres humanos. El espacio en cuyas paredes los primitivos canarios labraron figuras púbicas para sus ritos de fecundidad, o las llenaron de estrellas blancas. Y ha sido en los últimos años cuando se ha descubierto la presencia de huecos de luz que producen el efecto de un reloj o calendario de las estaciones.
 
Este territorio, además de sus secretos ocultos durante siglos, es el mismo lugar que fue desforestado durante siglos hasta convertirlo en un territorio árido, desnudo, hasta que hace 50 años el Cabildo inició un plan de reforestación que ha transformado el paisaje para devolverle elementos de un pasado de vegetación exuberante que prácticamente desapareció. Por ello ahora el turista y el propio isleño encuentran en el corazón de la isla una serie de experiencias únicas que dan sentido a Las Afortunadas.
 
El alma del paisaje es el agua
La población es escasa. El aislamiento y la incomunicación invitaba a emigrar donde hubiera puerto, aeropuerto, carreteras y todos los servicios. Pero el amor a la vida en un lugar tan extraordinario no desapareció, resurge con fuerza.
 
El turismo recelaba de las carreteras -muchas de tierra, entonces- tan largas y continuas curvas de vértigo... Pero Néstor Martín-Fernández de la Torre anticipó la llegada del turismo promoviendo la construcción del Parador, y se sucedieron el museo-restaurante el Hao del 'canariólogo' Vicente Sánchez Araña, la Cilla y la Cuevita de Artenara. Se quiso hacer un hotel y teleférico desde Agaete, casi al nivel del mar, hasta el Pinar de Tamadaba... La historia turística de la zona, hoy Reserva de la Biosfera por la Unesco, se hunde en el pasado de científicos o viajeras sorprendentes y enamoradas de este paisaje como Olivia Stone.
 
Otra característica en este nuevo interior isleño es la silenciosa y espectacular colonización de las tierras abandonadas y los lugares más inaccesibles por los almendros. Una red de raíces que contribuye a frenar la erosión. Es tal el estallido de la floración que los pueblos le dedican fiestas como excusa para realizar un paseo por la gran paleta colorista de las cumbres.
 
Pero el alma del paisaje es el agua, su abundancia y escasez caracterizan las diferentes formas y colores de este paisaje que podemos encontrar cada año. El agua ha sido y es la mayor preocupación de las gentes de Gran Canaria, y es el objeto de las mayores infraestructuras realizadas en el interior de la isla con los grandes embalses, junto a una red de carreteras que invita a disfrutar de la conducción y de las sorprendentes panorámicas que ofrece el paisaje.
 
Estas vías ya no son duros caminos, solitarios, sino un animado encuentro con gentes en coche, moto, bicicletas o a pie. Hay zonas protegidas, recreativas, restauracion, bodegas, grandes festejos. Y un clima que invita a vivir intensamente del interior de la isla a la sombra del Nublo con esa roca que reta al cielo y que acompaña la espectacular silueta del Teide en el horizonte. Un privilegio que es suficiente para no dejar de visitar el vientre sagrado de Gran Canaria.

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