Opinión

Los gestos ayudan, pero no bastan

Los gestos ayudan, pero no bastan

El pasado domingo atracó en el Puerto de Valencia el Aquarius con 629 inmigrantes a bordo. Después de la rotunda negativa del Gobierno de Italia a que desembarcaran en alguno de sus puertos, el Gobierno de España autorizó el desembarco de los inmigrantes procedentes de 31 países -africanos la inmensa mayoría- con predominio de ciudadanos de Sudán, Argelia, Eritrea y Nigeria y con presencia, asimismo, de afganistanos y pakistaníes.
 
No es la primera vez que el Gobierno de un país miembro de la Unión Europea se resiste a que barcos atestados de inmigrantes entren a través de sus puertos. Situaciones similares vienen repitiéndose a lo largo de los últimos años por la falta de una política global, solidaria, clara y transparente, que comprometa a todos los estados ante uno de los grandes retos de este siglo. Grecia, Malta, Italia y España están entre los destinos de mayor interés para los traficantes de personas, que los utilizan como plataformas para acercar a los inmigrantes a su sueño europeo.
 
El reiterado rechazo de las autoridades de algunos de los países que viven más de cerca la presión migratoria es la consecuencia, entre otros factores, de la soledad con la que se vienen encontrando para hacer frente a una situación que requiere recursos económicos y humanos, además de una estructura social capaz de integrar a los que llegan. En gran medida, es la consecuencia inevitable de la ausencia de una política global de la Unión Europea que establezca que cada uno de los estados miembros se sienta obligado a responder de forma alícuota.
 
La decisión del Gobierno de España acogiendo a los migrantes embarcados en el Aquarius puede quedar como un gesto cortoplacista más o, en otro escenario, puede ser el punto de inflexión que ayude a impulsar un acuerdo en el seno de la Unión Europea para dar una respuesta global, unitaria y solidaria ante situaciones que, lamentablemente, se seguirán repitiendo.
 
En diferentes momentos de la historia reciente a los griegos, malteses e italianos, como ahora a los españoles, se les consideró una referencia por su compromiso y solidaridad ante un drama como el de la inmigración. Sin embargo, hay gobiernos y gobiernos, por ejemplo como ocurre ahora en el caso italiano. Cosa diferente es el escaso compromiso de los países europeos no afectados directamente en sus costas empieza y termina en declaraciones rimbombantes y huecas; después del aplauso inicial el receptor se ve solo para responder responsablemente ante la situación que significa tener que atender, acoger y, en su caso integrar, a personas de otras culturas.
 
La foto del Aquarius se ha repetido muchas veces. El receptor merece los parabienes de todo el mundo por el gesto humanitario que ha tenido, pero al día siguiente la soledad ante la situación que se crea es lo que le queda como único acompañante. Esa soledad con la que el país receptor se ha encontrado para atender a los que llegan es la razón por la que, poco a poco, han ido tomándose medidas restrictivas hasta culminar en actitudes de rechazo -debido, también, a la presión interna-. Ha ocurrido en Grecia, Malta o Italia y si no se logra un compromiso en el Consejo Europeo para afrontar entre todos la situación de una forma solidaria, ocurrirá en España.
 
La actitud del Gobierno de España ante una situación tan dramática como la que se estaba viviendo en el Aquarius le legitima para liderar una posición firme en el próximo Consejo Europeo, un compromiso que permita definir con claridad un frente común ante uno de los grandes desafíos humanitario de este siglo. Sobre la mesa ya hay alguna propuesta para el debate, que pasa por crear plataformas regionales de desembarco fuera del espacio europeo. La verdad, no parece muy imaginativa.
 
Ante un drama humanitario como el que significa la inmigración que nos llega de África, especialmente a través del mar, no debería quedar espacio para ningún tipo de demagogia. Tan comprensible es la generosidad y solidaridad que muestra quien observa el problema desde la distancia como la preocupación de quienes directamente ven superadas sus capacidades para la acogida.
 
En Canarias hemos vivido el fenómeno migratorio desde muchos ángulos. Hemos sido un pueblo emigrante y por lo tanto nuestra tolerancia y comprensión ha sido siempre muy alta. En algunos momentos hemos vivido en la más absoluta soledad y nos hemos visto totalmente desbordados en nuestras capacidades físicas, económicas y sociales; sin embargo, en otros episodios la implicación de la Unión Europea comprometió más a España para impulsar medidas que nos ayudaron a aliviar la situación. Por nuestra situación geográfica, tendremos que convivir con la presión migratoria proveniente especialmente de África. Canarias debe seguir demandando una política global europea ante una situación que desborda nuestras capacidades competenciales, económicas, sociales y territoriales. Más que gestos necesitamos verdaderas políticas, medidas efectivas y el compromiso de todos los Estados. Los gestos ayudan, pero no bastan.

Comentarios