Dios lo ve

Interior del caparazón de un cangrejo (Foto: GDP).

Me despido de Cataluña citando a Tusquet y volviendo de paso a nombrar la palabra independencia. Dios lo ve. A Oscar Tusquet le leí hace algunos años un libro con ese título, que me marcó mucho. Planteaba más o menos por qué ‘artistas’ de distintas épocas y culturas, ‘artistas’ de todo tipo, construían cosas sabiendo que ningún humano las iba a ver. Y eran cosas absolutamente maravillosas y de dificultad artística y de obra muy grande. Vamos, un esfuerzo supremo para nada. Copio esto que sigue de algún lugar de internet: "Tras un recorrido irónico, polémico y apasionado el autor concluye: En vista del sopor que el agnosticismo contemporáneo es capaz de producir, y aunque la existencia de Dios no nos acabe de convencer, ¿no sería más fácil hacer como si Dios existiese y pudiese juzgar nuestras obras?".
 
Y yo pensaba que eso me gustaba, que si el ser, uno, como parte de todos, era algo en permanente construcción, por qué no hacer en él cosas hermosas y difíciles que nunca jamás nadie pudiera observar. Es decir, trasladaba el asunto de lo material a lo inmaterial, de lo tangible a lo intangible. Pero nunca lo relacioné con Dios; me parecía más total que para nadie. Y además eso es presuponerle que es egoísta; vamos, que necesita cosas para él solo.
 
Me puse manos a la obra y construí dentro de mí dos cosas de las que nadie nunca podrá observar nada
Porque, además, si metía a dios por medio, ya tenías como que andar buscando sus gustos y en esa época yo no tenía muchas defensas para saltarme a los intermediarios. Algo así como si quisieras tener una conexión de teléfono sin que las compañías de turno te tupieran a ofertas y consejos. Y las compañías que venden a dios dejan con el culo al aire a las de comunicaciones de largo. Te petan. Así que las cosas de dios siempre las dejé de su ojo, que lo tiene y bueno; vamos, que si quiere algo de esta criatura, él sabe cómo y dónde hacerlo. Y no hacen falta intermediarios. Y que yo sepa, aparte de reírse de mí, nunca necesitó nada. Pero siempre con la secreta ilusión de que ya fuera dios, alguien, vete a saber quién o cómo, pudiera algún día asomarse a ese rincón de tu alma. Para nada tuyo. Más allá de ti y tus intereses o deseos y de si estás vivo o muerto. Despierto o durmiendo.
 
Así que me puse manos a la obra y construí dentro de mí dos cosas de las que nadie nunca podrá observar nada. Salvo que como con los dibujos de Nazca algún día puedan sobrevolar mi alma, pero ¿quién y para qué coño se va a molestar en eso?: "La intimidad y la independencia de mi alma".
 
Eso, con los años, esa tontería, ese absurdo empecinamiento que empezó porque un libro cayó en mis manos, me permite ahora ya viejete observar como el del ojo se acerca a mí sin risas, y tiene algo ese ojo que te permite ver con los ojos cerrados. Cosas, otras cosas, cosas que seguramente otr@s hicieron para nadie. De una belleza que no es estética, inconmensurable. Y no te preocupes, amiga, porque lo trate de él. Así masculino. "La intimidad y la independencia del alma" así, en femenino, son lo mismo, se complementan con él. Un@.

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