El cine es otra cosa

Probablemente, por culpa de festivales como Cannes, existe una gran mayoría de personas que asocian el cine con infamias como el glamour, el lujo o la fama. Es automático. Las galas de los premios nacionales, llámense Óscars, Cesares, Baftas o Goyas también han contribuido lo suyo a esta nefasta asociación y derivados. Ocurre, por ejemplo, que asistir a algún pase de un festival se interpreta como ir para verle la cara alguien, normalmente a un actor o una actriz conocidos.

Estos días se ha dejado caer por Cannes la actriz Nicole Kidman, con toda su cara recoloretiada, lo cual ha atraído a riadas de gentes que se han agenciado la correspondiente invitación (ya nos gustaría saber cómo), alquilándose un terno o un traje de los caros para desfilar por la alfombra roja, aplaudir en la presentación y mandarse a mudar acto seguido antes todavía de que arranque el proyector. La película es una mera excusa.
 
En España, este modelo de festival es el que ha imperado históricamente, pongamos por caso el de San Sebastián, que es uno de los más veteranos. Tuvo que ser José Luis Cienfuegos, a mediados de los años 90, quien desde Gijón marcara tendencia proponiendo una vía alternativa que elevo a los festivales a la categoría de eventos culturales y puso en valor al cine como obra artística, abriendo puertas y ventanas a la innovación y a los autores de vanguardia más destacados, así fueran guapos o feos o regulares.
 
“Una de las tareas a la que nos aplicamos las muestras o festivales más pequeños es a programar sesiones para los más jóvenes”
 
El camino abierto por Cienfuegos (ningún nombre más apropiado para este señor) se extendió por otros festivales que han proliferado por el país, cada uno a su manera y en función de sus presupuestos. En Las Palmas de Gran Canaria tenemos la referencia más cercana. Con los años, hasta San Sebastián se ha decidido por una programación más atrevida, sin renunciar del todo al vedettismo. Son festivales de doble cara, como el de Cannes.
 
Una de las tareas a la que nos aplicamos las muestras o festivales más pequeños es a programar sesiones para los más jóvenes, para los espectadores del futuro (en un país en el que los planes educativos dan sistemáticamente la espalda al cine), para demostrarles que otro cine es posible, que el cine es otra cosa y merece un respeto, mas allá de las palomitas, de la simple distracción, de la infamia del glamour.
 
También se ha dejado caer estos días por Cannes toda una leyenda, Clint Eastwood, famoso actor de espagueti westerns y más que notable director de un cine de muy dudosa ideología (dejémoslo en dudoso), que no ha venido hasta aquí a lucir el palmito, sino a impartir toda una masterclass. Nos imaginábamos a un tipo imponente, tal cual sale en algunas películas que le hemos visto, pero ha aparecido vestido con una gorra y unas playeras, muy menguado ya por los años, menudito, pero vivo y espabilado a la hora de responder. Nos ha dejado unas cuantas perlas: “Nunca me han importado los premios y eso me ha permitido mantener la serenidad durante toda mi carrera”. “Empecé a actuar en el colegio, necesitaban a algún tipo especialmente estúpido y el profesor pensó que yo daba la medida. Las clases de interpretación llegaron después, cuando las chicas se apuntaban en masa”. Preguntado por su relación con Meryl Streep durante el rodaje de ‘Los Puentes de Madison’, dijo: “Fue divertido”.
 
Lo dicho: el cine es otra cosa.
 
Marco Arrocha

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