John Travolta

“I got chills, they´re multiplying”, se arrancaba a cantar John Travolta en el tema estelar del archiconocido musical norteamericano “Grease (Brillantina)”. Seguramente lo recordarán ustedes. Se cumplen por estas fechas el cuarenta aniversario del estreno de esta película y el Festival de Cannes, promiscuo a las efemérides, le ha rendido homenaje con una proyección en la mismísima orilla de la playa, en una de esas iniciativas de la organización que mejor valoramos, pues se trata de una sesión diaria, cada noche, abierta a todos los públicos para ser contemplada acomodados en una tumbona sobre el jable: el “Cinéma de la plage”.
 
Incluso han traído al propio John Travolta para presentarla y hemos podido verlo en persona, de refilón, un poquito más grueso, claro,  repeinado para atrás pero sin tupé (cabello injertado, según las malas lenguas), igual de sonriente y encantador como siempre. Dándose un baño de masas y selfies. Y nos ha hecho recordar aquel estreno de “Grease” en Arrecife, en el Teatro Cine Atlántida, que  provocó colas que se prolongaron por toda la calle Real, dirección Puente de las Bolas. Fue de las pocas películas que duró más de dos semanas en cartel, cosa habitual en capitales como Las Palmas de Gran Canaria, pero toda una novedad en Arrecife.
 
Aquellos años de finales de los 70 fueron los del esplendor de los viejos cines de pantalla única en Lanzarote, a pesar de que los aparatos de televisión formaban parte habitual del mobiliario en las casas, aun en las más modestas. A la altura del antiguo cine Costa Azul, en esa encrucijada, se agolpaban las carteleras anunciando  los estrenos que hicieron de aquella parte de la ciudad una especie de pequeño Times Square que se bifurcaba en la calle Fajardo, hacia el Cine Díaz Pérez, y en Hermanos Zerolo, que conducía directamente hacia el Atlántida, templo cinematográfico, lujoso y aterciopelado,  de los más destacados de las islas, de todo el país. Fueron los años de la competencia feroz entre los dos exhibidores principales, Panchito Spínola y Juan Perdomo, lo que revirtió en mejores películas, mejores sistemas de reproducción de imagen y sonido para disfrute de los espectadores. Perdomo se quedaba con la Fox y la Warner. Panchito, la Universal y la Paramount, a la que pertenecía “Grease”.
 
En Lanzarote tuvimos la inmensa fortuna de contar con una sala de arte y ensayo 
Fueron los años de acudir a los cines al menos una vez por semana, siempre que la economía lo permitiera. Sacar la entrada con las perras justas, porque nunca daba para comprar golosinas en los descansos, detalle que lamentábamos en aquella época y que hoy agradecemos tanto a nuestros padres, porque nos permitieron concentrarnos en lo esencial, en las películas. Fue tiempo de muchas películas infames, que apenas nos atreveríamos a revisar hoy, como aquellas que protagonizaban Bud Spencer y Terence Hill. Pero nadie se aficiona al cine viendo películas de Godard o de Bresson. Ese tipo de películas llega más tarde, cuando el gusto madura y se decanta. El cine de consumo, del que tanto despotricamos injustamente, cumple una labor esencial de enganche. Y lo mismo debe suceder con la literatura, la música o cualquier otra afición. En Lanzarote tuvimos la inmensa fortuna de contar con una sala de arte y ensayo que elevó la afición al cine y la convirtió en otra cosa mucho más importante.
 
Hubo dos películas claves en esos finales de los 70. Una fue “La Guerra de las Galaxias”, sobreexplotada en la actualidad hasta decir basta. La otra, ya casi en la edad de la bobería, fue “Grease (Brillantina)”. Ni que decir tiene que en ese entonces todos los chicos nos queríamos parecer a John Travolta, cada uno según sus posibilidades.
 
Travolta fue, probablemente, un actor tanto o más mediocre que la inefable pareja Spencer&Hill. Tuvo su época de gloria, con películas como “Fiebre del sábado noche” (algo más interesante que “Grease”). Luego decayó y desapareció del mapa, hasta que tuvo la inmensa fortuna de tropezar con Tarantino quien lo devolvió al candelero con un papel de mafioso matón de melenita lacia. Y así hasta la fecha, dándose baños de fans y selfies. Lo hemos visto de refilón y no hemos sentido “chills” ni ha habido nada “electrifying”. Simplemente ha despertado el recuerdo entrañable de unos tiempos en que íbamos a ver películas felices y despreocupados.

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