Un contenedor y varias arbitrariedades

Un contenedor y varias arbitrariedades

Cuando años atrás el Cabildo se autorizó a sí mismo la instalación de un contenedor a modo de obra rompedora frente a la fachada del castillo de San José, parecía que pretendía suplir la falta de espacio de las instalaciones museísticas y obtener, de esta manera, el lugar de venta de entradas y de  afiches. Se puede entender que tamaña necesidad sea resuelta de esta forma, aunque más me parece un divertimento de un artista que juega a transgresor que una auténtica necesidad que podría haberse despachado en la propia puerta la primera de ellas, y la venta de recuerdos en el entorno del restaurante, justo al final de la visita.
 
Un castillo rivaliza con un contenedor en el que podrían haber llegado los alimentos que no somos capaces de producir
La autorización se concedió, si no recuerdo mal, para un tiempo, con prórroga de por medio, y ello  se produjo bajo el mandato del “presidente al que nadie le tose”. La prórroga ha sido ampliamente superada, y, por lo que imaginamos, nadie se ha atrevido a proceder a la retirada del chisme, ni Echedey Eugenio, responsable del área de Centros Turísticos todos esos años, ni la consejera de Patrimonio del Cabildo de la que tan pronto hemos olvidado hasta su nombre.
 
Se podría intentar entender que la administración se autorice a sí misma lo que no autorizaría a ningún vecino. Se puede anteponer el interés general al interés muy particular de un paisano al que se le denegara idéntica petición, pero lo que no veo claro es que el incumplimiento de los plazos para la retirada sea también un privilegio de la propia administración. Y el Cabildo se está convirtiendo, si nadie lo remedia, en el peor ejemplo para los pacientes hijos de este pueblo.
 
Aquél gusto por el detalle de un Cabildo que ya ni existe, del cuidado de cada piedra de las cunetas, del acabado de sus obras, efectivamente, han pasado a mejor vida y, hoy, un contenedor es símbolo de nuestra dependencia del exterior —todo llega en estos receptáculos—, y de nuestra falta de sostenibilidad. Un castillo construido para paliar la hambruna de los vecinos de la isla rivaliza con un contenedor en el que podrían haber llegado los alimentos que no somos capaces de producir, y que sirve, igualmente, para recordar la industria de la que carecemos. Un magnífico monumento a lo que somos.

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