Todo el que tiene un piso está dándole vueltas a la posibilidad de dedicarlo a vivienda vacacional. Es el nuevo boom inmobiliario. De hecho, alguna persona ha puesto en alquiler su propia casa y cuando le surge un inquilino la abandona durante esos días y se aloja en casa de familiares o amigos. Cuando la vivienda está sin alquilar, sencillamente la habita. Lo que ha cambiado es que quien antes tenía una casa en alquiler convencional de larga duración, ahora la dedica a vivienda vacacional.
Parece un nuevo brote de la fiebre del oro. A diferencia de lo sucedido en el siglo XIX, la gente no abandona sus empleos ni su modos de vida, ni se desplaza a otros lugares, pero, eso sí, espera mejorar notablemente sus ingresos. Este es el nuevo rasgo de la cultura popular de nuestro tiempo, favorecido por la globalización y por las plataformas de comercialización y venta a través de Internet. Este régimen del alquiler vacacional ya supone en Canarias más del 10% de la ocupación, con más de un millón de turistas alojados.
“Las viviendas vacacionales se pueden encontrar en zonas tan poco turísticas como Altavista o Argana Alta”
Lo llamativo es que estos cambios han ocasionado varios efectos en muy poco tiempo, también en Lanzarote. De una parte, casi no hay pisos en alquiler convencional y se ha disparado la oferta de viviendas vacacionales, que se pueden encontrar por toda la geografía insular, incluso en zonas tan poco turísticas como Altavista o Argana Alta. El caso es que hay ahora mismo en la isla más de cien mil plazas turísticas. A las 72.000 camas convencionales en hoteles, apartoteles y complejos, hay que sumar unas 30.000 viviendas vacacionales. Y creciendo. El 80% de las casas vacacionales se localizan sobre todo en las zonas turísticas de Tías, Teguise y Yaiza.
Frente a los centros turísticos tradicionales que proliferaron por toda la costa española, los cascos antiguos y el propio litoral de las ciudades son las nuevas zonas apetecibles para un segmento del turismo, joven y de corte urbano. Esta tendencia, que se ha extendido y va a quedarse, democratiza el negocio turístico y, al generar mayores perspectivas de ingresos, está provocando el desvío de la oferta del alquiler convencional hacia el turístico. En Lanzarote, el precio medio por vivienda turística y noche es de más de 100 euros. ¡No hay color! En el lado negativo, ha surgido una oferta de espacios de alquiler que no reúne los requisitos mínimos de habitabilidad.
“Los turistas no quieren sentirse guiris, sino viajeros, integrados y que forman parte del lugar”
Sin embargo, alquilar casas y apartamentos a turistas es una práctica tan vieja como el propio turismo y esta modalidad ha existido en la isla toda la vida, y no sólo en las zonas turísticas clásicas. Pensemos en Caleta del Sebo, Caleta de Famara, Arrieta, Punta Mujeres… Técnicamente se trata de la cesión temporal de uso de la totalidad de una vivienda amueblada y equipada en condiciones de uso inmediato, comercializada o promocionada en canales de oferta turística y realizada con finalidad lucrativa.
La diferencia es que ahora hay más turistas, entre los cuales cada vez más le dan la espalda a los hoteles y a las zonas turísticas y optan por alojarse en una casa vacacional en una ciudad. Básicamente para no sentirse guiris, sino viajeros. Para sentirse integrados y que forman parte del lugar, para soñar otra vida, pasar desapercibidos y pasear y comer y beber y comprar donde lo hacen los residentes. Es fruto de la libertad de elección, aunque genere consecuencias tan perniciosas como sucede en el casco viejo de Barcelona.
Los retos del alquiler vacacional
La presencia del turismo vacacional en Barcelona es de tal magnitud que ha brotado un movimiento de fuerte rechazo. No por fobia al guiri, sino porque es imposible llevar una vida normal junto a un colectivo que está de vacaciones y hasta las tantas de la madrugada los 365 días al año.
Una de las nuevas palabras asociadas a este fenómeno es ‘turistificación’, y alude al impacto que tiene la masificación turística en el tejido comercial y social de determinados barrios o ciudades. Se produce, en definitiva, una incidencia depredadora del turismo en los precios de la vivienda para los residentes, además de que los servicios, instalaciones y comercios se orientan y se conciben pensando más en el turista que en el ciudadano que vive en ellos permanentemente.
El otro vocablo que se ha extendido es ‘gentrificación’, y alude al proceso mediante el cual la población original de un barrio, generalmente céntrico y popular, es progresivamente desplazada por otra de un nivel adquisitivo mayor. Este fenómeno no tiene por qué estar asociado al turismo y puede obedecer a las modas dentro de los espacios urbanos.
El fenómeno es imparable. Basta con adecuar una vivienda y publicitarla en alguna de las plataformas de comercialización existentes en Internet, que hacen de intermediarias a cambio de una comisión. Y, como es imparable, el reto no se centra en prohibirlo, sino en regular los canales de comercialización, garantizar el pago de impuestos y conciliar los derechos de los propietarios sobre la explotación de sus inmuebles con los modelos turísticos imperantes. Hay tarea para rato.