IDIOSINCRACIA

La devastadora vigencia de la baja “volada conejera”

Hace 34 años, en septiembre, Agustín de la Hoz publicaba ‘La Volada Conejera’, fiel retrato de lo más devastador de la sociedad insular.

La devastadora vigencia de la baja “volada conejera”

Hace 34 años, un mes de septiembre, Agustín de la Hoz publicaba ‘La Volada Conejera’, fiel retrato de lo más devastador de la sociedad insular y de plena vigencia. En palabras de Agustín, también se recurre a la baja ‘volada’ como arma política, ya que sus dardos venenosos campean libremente, y, a veces, entre el falso testimonio y la calumnia. Lo importante es restar méritos y descalificar al adversario. Él mismo la sufrió en carne propia, y la sufre todavía casi tres décadas después de su muerte. Aquí va.

“¿Hasta qué punto la añeja y artesanal ‘volada conejera’ sigue actuando sobre los impulsos palabreros del lanzaroteño contemporáneo? Aquí, cuando la sana cordialidad se interrumpe, sea por una cosa o por otra, surge de un modo indeclinable la variopinta e intencionada ‘volada’, y ahí queda…, bien trabada en las piconas chiribitas del recalmón, igual que ‘gometa’ echada al azar, a merced del viento novelero, a ver qué pasa, y Dios dirá, pero hábilmente manipulada desde una liña cabera, magistralmente ovillada para hacer más verosímil el hecho ‘fortuito’ de soltarse o recogerse, ¡catalay!, y cuya sutilidad deliberada siempre ha tenido su instinto y su tiempo.
 
Se diría, pues, que vivimos en el país del embuste, del rumor, del bulo, de la mentira, supuesto que todo eso significa aquí la ‘volada’, acaso la herida más grave que afecta, ¡todavía!, a nuestra mera convivencia civil y que impunemente, ¡todavía!, hurga e infecta el eterno, mezquino y ramplón correveidile de turno. Suele ser este sujeto un pobre homúnculo despersonalizado, anodino ingénito, cagatintas de vocación, en suma, tan oscuro y ponzoñoso como aquella araña negra de Lanzarote que registró de oídas el doctor René Verneau, pero, de la cual, nadie -ni él mismo- supo darnos alguna pista de identidad. Igual que ocurre con el que pone en circulación  una ‘volada’ maligna, ese personajillo ruin que huye de la luz como la ‘araña negra’ de Lanzarote, a la cual presentimos colgada de su tenue hilo excreto, pero cuya localización ignoramos porque nadie sabe exactamente dónde están las claves nefandas de su trama sutil.
 
“Las genuinas ‘voladas conejeras’ eran rumores inocuos, chismes y cuentos que pasaban y se desvanecían como brisita frescachona”
 
A este pobre homúnculo no se le vence con la pasividad chijona ni con el bizantino desprecio. No, no. Él sabe quién es y por eso mismo suele crecerse a solas -sucia cuca volona- cuando hace daño para confortar su oscura y ramplona existencia. ¡Una pena!, sí, pero hay catarlo, dejarlo venir a modo, y al cabo identificarlo como tal enemigo de la convivencia ciudadana: un sujeto de cuidado que nada tiene que ver con el ocurrente, ingenioso lanzaroteño de antaño.
 
Hasta no hace mucho, el Casino de Arrecife, la Democracia y hasta los humildes cabildos del interior, estaban llenos de ‘voladas conejeras’, muy agudas, originales y oportunas, hijas legitimas de la ocasión, del suceso jocoso, de la anécdota inventada o fortuita, aunque, en ningún caso, intensas y malintencionadas, o, lo que es peor, sibilina y calumniosamente atentatorias contra la honorabilidad de las personas. Las genuinas ‘voladas conejeras’ eran rumores inocuos, no más, chismes y cuentos que pasaban y se desvanecían como brisita frescachona de la tierra. Así la entendieron Ángel Guerra, Millares, Elías Zerolo, Isaac Viera, Benito Pérez Armas, Fidel Roca, Leopoldo Díaz, e incluso hay una obrita de teatro local -graciosa y folklórica- íntegramente dedicada a la exaltación de la espontánea, sana y sabia ‘volada conejera’. Por ella pasa un sinfín de anécdotas contadas con el gracejo e ingenuo del conejero de antaño, a quien dedicamos estas notas con afectuoso y añorante recuerdo.
 
“La cosa es inventar con torpeza, propagar y creer con mala fe, contagiar al inocente y asegurar esto y lo otro”
 
Ahora ocurre todo lo contrario. A la ocurrencia de bonhomía ha sucedido la “volada” torpe, sin gracia, vulgar, que confunde, distancia y enfrenta nuestros amigos y paisanos. En las ‘barras’ y tertulias tampoco falta el correveidile de turno, ese pelmazo inculto, insufrible, capaz de cualesquiera palanquinada a cambio de alcanzar cierta altura por chinija que ésta sea. No pasa día en que no encuentre uno a este novedoso ‘antofagasta’ que, abitocando los besos, bien agachadita la voz, le diga con sibilino acento ‘¿No lo sabes? El Gobierno… El Guerra… Soteras… y el Catecismo-gomados… Me lo ha dicho quien lo sabe…’, o, en otro caso, la pedante afirmación ‘La Graciosa será muy pronto la cabeza de la hidra…’, o: ‘Parece que comunistas, fácticos y fascistas están ya cultivando rosas de invierno…, ya verás…’ El rumor, el bulo, la ‘volada’ se destila en los oídos del prójimo casi al desgaire aparentemente sin malicia, pero esparramándola como gota de aceite en papelvaso: ‘¿Ése? Pues si yo te dijera lo que me han contado de él?’ o el tópico peculiar del mariquita: ‘¿Ésa? Una ‘estrecha’ con más rotos que el sayo de San Roque…’, o: ‘¿Fulano? Está podrido de dinero, pero de dinero non sancto… ¡Por ésta!’.
 
La cosa es inventar con torpeza, propagar y creer con mala fe, contagiar al inocente y asegurar esto y lo otro para dar a entender que se está al cabo de la calle. Y lo peor es que hay quienes gustan recoger y, a su vez, transferir la ‘volada’ como un mal aire, a ráfagas canilosas, hediondas, extendiéndolas y recargándolas de todos los significados peyorativos menos de aquel que sería el más apropiado y al cual debiera afectarle siempre no ya la moral cristiana sino estrictamente la moral civil. Para el correveidile todos los indicios son válidos con tal del poder de infamar a las personas, e incluso el exceso de honradez es síntoma propicio para que ese homúnculo -capadito integral- eche su ‘volada’ tópica, vulgar, maligna, hábilmente dirigida hacia el corro ocioso y estúpido de los crédulos.
       
“Contra semejante mollizna no hay más antídoto que la verdad, es decir, la Información con mayúscula”
 
Se engaña quien suponga aún que la noble, ocurrente e ingeniosa ‘volada’ sigue vigente. Nada menos cierto. La fascinación que le era consueta está ya desprestigiada por cuanto llevamos dicho, e incluso su natural influencia -que la tuvo- hogaño carece de autoridad en boca de ciertos zascandiles, ‘viraques’ que decimos los del terruño, porque utilizan la ‘volada’, además, como arma política, de suerte que sus dardos venenosos campean libremente, y, a veces, entre el falso testimonio y la calumnia. Lo importante es ‘quemar’, restar méritos, descolocar al adversario, y de ahí que tales chupamedias no mencionen fuentes, ni incluyan otros contextos ni aclaren nada con lógico sentido. Por desgracia quedan aún ‘viraques’ y fanáticos que tienen interés en matar la verdad, pues son ellos quien echan ‘voladas’ como arma política y saben muy bien que éstas irán a planear, destilando sus puercos churrines, sobre la parte menos informada de la sociedad. Y contra semejante mollizna no hay más antídoto que la verdad, es decir, la Información con mayúscula, de la que mal que nos pese andamos aún menesterosos.”

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