Reflexiones varias sobre el libro ‘César Manrique: Teoría del paisaje’ firmado por el catedrático de la ULL y publicado por el Cabildo de Lanzarote

El cerebro de Fernando Castro, secuestrado por un alienígena

El cerebro de Fernando Castro, secuestrado por un alienígena

Días atrás, tras culminar la lectura del libro César Manrique: Teoría del paisaje, que firma Fernando Castro Borrego y que publicó el Cabildo de Lanzarote, con su corporación anterior, mi ánimo se encontraba atenazado. Por más que le daba vueltas al asunto, no comprendía el contenido de una obra que parecía escrita en un extraño plano de la realidad. Así, hasta que de pronto me vino a la mente el capítulo Bender el tremendo, de Futurama, donde unas babosas espaciales secuestran el cerebro de los humanos y hablan a través de ellos. “¡Ahora lo entiendo!”, me dije. “¡Un alienígena ha secuestrado el cerebro de Castro y habla a través de él en su libro!”. Mi ánimo mejoró súbitamente y entendí que tenía el deber ineludible de escribir este artículo. Soy consciente de cuán refractarios pueden ser ciertos devotos de Manrique a los fenómenos paranormales, pero no dudo de que los persuadiré para que lean este volumen firmado por el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna. Créanme: es fascinante.
 
Semiología y antropología
A modo de declaración de principios, el alienígena que le ha secuestrado el cerebro a Castro declara: “Campos como la semiología o la antropología me parecen más idóneos que la historia del arte para desvelar lo que podríamos llamar el Enigma-Manrique, pues creo que hay incógnitas que aún no han sido despejadas”. Y prosigue: “Ciertas categorías antropológicas acuñadas por Claude Levy-Strauss [sic] pienso que constituyen valiosas herramientas conceptuales para esclarecer estos aspectos de su producción. También he tomado algunas ideas de Umberto Eco”. Volveré sobre la idoneidad de la historia del arte, pero ahora quisiera detenerme en “Levy-Strauss” [sic]. Así escribe en ocho páginas, en una hasta tres veces, el apellido del antropólogo. Es verdad que en otras dos lo llama Levi-Strauss [sic], pero, diablos, sin tilde. Ciertamente, solo por ello, un comité de lectura le habría preguntado si este tal Levy-Strauss tiene vínculos con la marca de ropa vaquera falsificada. Pero, señores, no cabe exigirle a un alienígena, como sí a un catedrático, que escriba correctamente los nombres de los terrícolas que invoca como ascendientes intelectuales. Háganse cargo de lo que supone venir de una galaxia remota, secuestrarle el cerebro a Castro, ponerse a estudiar el arte de Manrique y leer lo que se pueda de Lévi-Strauss. Y por si esto no les parece suficiente, añado que solo con revelar que el escritor Antonio María Manrique era tío de César Manrique, el alienígena acredita su profundo conocimiento de Las estructuras elementales del parentesco.
 
En fin, si en materia de antropología el alienígena que ha secuestrado el cerebro de Castro se coloca bajo la advocación de “Levy-Strauss”, para la semiótica o, como dice, la semiología, lo hace, bajo la de Eco. Lo cierto es que ni el mismo Eco alcanzó a colocar en horizontes de sentido tan anchos categorías como reliquia, huella y copia. Atiéndase al respecto esta disquisición suya: “Esta diferencia entre origen (erupción) y residuo (lapilli) es lo que nos lleva a establecer la definición de los paisajes volcánicos como reliquias. Lo que contemplamos no es el fuego sino su huella. La lava petrificada como escoria es, por consiguiente, la huella de un acontecimiento eruptivo, no su copia”. Caramba.
 
¿Huella, copia o reliquia? Como mi bagaje semiótico es menos que ínfimo, me cuesta decantarme por una de estas nociones al comprobar que, siempre mediante Castro, el alienígena afirma también lo siguiente: “Puede decirse que el Monumento al Campesino es un túmulo funerario que conmemora lo que está en trance de desaparecer: las tradiciones agrarias en que se sustentaba la economía de Lanzarote hasta los años sesenta del siglo XX". Y me cuesta decantarme porque en un artículo titulado “Todas las fiestas de ayer”, publicado el 18 de agosto de 2018 en este periódico, yo mismo decía: “Simultáneamente, con su Monumento al campesino [Manrique] erigía la estela funeraria de la cultura rural que su proyecto turístico empujaba hacia la extinción”. ¿Copia, reliquia o huella? Me da que reliquia se queda fuera.
 
Historia del arte
Toda una vida entregada al magisterio de la historia del arte y ahora un alienígena secuestra el cerebro de Castro y a través suya afirma que esta es una disciplina menos idónea que la semiología y la antropología para dilucidar el “Enigma-Manrique”. Pues ya lo saben: los ensayos precedentes del catedrático sobre Manrique tienen menos idoneidad. 
 
Ahora bien, es un hecho, igualmente, que el alienígena presenta al profesor como renovador de la historia del arte, como alguien que vino a este mundo para liberarla del lastre de los hechos. De este modo hace que parezca que es de Castro la audacia de afirmar: “Estas creaciones paisajísticas [de Manrique] no guardan relación con la estética del land art, ni con otras categorías como el ready-made dadaísta o del [sic] object trouvé surrealista”, pues “las intervenciones de César Manrique alteran casi siempre el objeto; lo construyen; mientras que las citadas categorías estéticas preservaban la apariencia del objeto y cifraban el valor estético en el hecho de haber sido designado o elegido por el sujeto creador, cambiando su función, es decir, resemantizándolo”. Por lo que toca a los land artists, completamente de acuerdo con usted, señor  alienígena. Estos nunca alteraron su objeto, el territorio, con la excepción, obviamente, de Robert Smithson, Nancy Holt, Richard Long, James Turrell, Dennis Oppenheim, Carl Andre, Robert Morris, Walter de Maria, Andy Goldsworhty, Michael Heizer y algún otro. 
 
Por lo demás, debo hacer hincapié en la modestia de que hace gala el alienígena, pues adjudica a Manrique el uso de categorías especulativas sutiles que él mismo emplea en otros argumentos, pero sin alardear de ello. Es el caso de la coincidentia oppositorum, que explica cómo “en la obra espacial de César Manrique, la inversión productiva deviene inversión simbólica”. Pero el alienígena también afirma: “la significación simbólica que el surrealismo le atribuía a estos paisajes volcánicos [la que André Breton atribuía al Teide] descartaba la idea de felicidad. Se trataba de convertir estos inhóspitos parajes en una metáfora de la líbido: de tal modo que el tema no era la belleza sino la liberación de los deseos reprimidos” [cursiva mía]. Y, más adelante, sostiene: “El concepto de belleza convulsiva acuñado por Breton ostenta una connotación mítica que, probablemente, esté inspirada en la naturaleza volcánica que este poeta pudo contemplar en Canarias o México”. Imposible mayor coincidencia de los opuestos.
 
Lo anterior por lo que toca a categorías consolidadas. Pero hay disquisiciones del alienígena que, de tan sofisticadas, precisan de nuevas nociones para ser captadas en todo su alcance. A este respeto me atrevo a enunciar el principio de tantique dispergit (desparrame monumental) como vía hábil para penetrar en el sentido de aseveraciones tal que ésta: “Como en otras obras suyas, había en el Lago Martiánez un lado hedonista y otro profano”. O en el arcano de elucubraciones como esta otra: “Manrique consiguió que su idea del paisaje volcánico se convirtiera en una fuente de riqueza para los habitantes de Lanzarote; y Picasso, al pintar el Guernica, logró, sin proponérselo, que turistas de todas partes del mundo viajaran primero a Nueva York para ver esta obra suya en el MOMA.” 
 
De modo que, contra lo que se empeñan en sostener los historiadores del arte, el poder simbólico del Guernica poco debe a su barniz activista. Antes bien, radica en su dimensión de reclamo turístico, que el taumaturgo Picasso habría producido ¡sin proponérselo!, para que los turistas “viajaran primero a Nueva York”. Y, como Picasso, Manrique, cuyo activismo medioambiental es un episodio de limitada relevancia comparado con su rol, como dice el alienígena, de “guardián-celador de la isla-templo”,  “sumo sacerdote que oficiaba en el altar de la naturaleza”, “chamán que predicaba en una sociedad moderna”.
 
Marxismo
Lo cierto es que, por encima de Eco y de “Levy-Strauss”, es Marx el pensador que señorea en el libro. Y no para acreditar que Manrique fuese marxista, sino, al contrario, para dejar sentado que no lo fue, para establecer con carácter concluyente que “era un compañero de viaje de la causa ecológica [sic], pero de ninguna manera de la causa comunista”. Lo anterior viene al caso, como explica el alienígena, porque “a causa de la ideología marxista de sus dirigentes”, la entidad que ha de velar por el espíritu del artista, la Fundación César Manrique (FCM), pretende “desfigurarlo tanto que al final ya no quede nada de su legado”. Para ello esta entidad es capaz hasta de recurrir a tretas de despiste tan cínicas e ignominiosas como recuperar, restaurar y exhibir estos días el mural que Manrique realizó para el aeropuerto de Guacimeta, cuando sus dirigentes piensan en realidad que “César Manrique es interesante cuando deja el pincel y empuña el megáfono”. Más aún: para lograr su propósito, la FCM ha cerrado una “alianza o hermanamiento” con la fundación del escritor comunista José Saramago (FJS), que, por alguna oscura razón, también tiene un interés descomunal en destruir el legado manriqueño.
 
La jugada está clara: el alienígena tiene pruebas sobre el particular, pero el pillo se las guarda por si consigue publicar otro librito con ellas. Y yo, que no tenía ni idea del asunto, me quedo con ganas de saber cuándo y dónde los dirigentes de la FCM han abogado por la lucha de clases, la nacionalización de los medios de producción y la abolición de la propiedad privada. Ciertamente, hasta no hace tanto no cabía proferir afirmaciones de este tenor sin pruebas. Pero el mundo que hemos conocido se extingue, y a la gente, cuanto menos loca se la vuelva de la cabeza, mejor. ¿O acaso queremos que la industria editorial termine de hundirse?
 
Por lo demás, no menos ansia tengo de fisgar en las evidencias de la “impostura”, de, alienígena dixit, “dirigir la Fundación Manrique bajo los principios de la Fundación Saramago”. Lamentablemente, los únicos datos de esta “operación espuria” que conocía hasta ahora son que el Nobel tuvo asiento en el Patronato de Honor de la FCM junto a la Duquesa de Alba, que fue objeto de una exposición en la entidad, y que, desde que se afincó en Lanzarote, cada novedad editorial suya se presentó en la misma. También que José Juan Ramírez, presidente de la FCM, y Fernando Gómez Aguilera, director, forman parte, a título particular, del patronato de la FJS, pero, hasta donde sé, los custodios de la memoria del lanzaroteño no han tratado con reciprocidad a los guardianes del legado del portugués: no hay representación de la FJS ni en el patronato ni en el consejo asesor de la FCM. No obstante, llamaré al KKK por si saben algo más. 
 
Y bien, Castro ha publicado abultados estudios sobre Óscar Domínguez, aquel artista que por una cueva de guanches pintó un sinfín de tauromaquias, y también sobre Manuel Padorno, asesor de la FCM hasta su muerte y autor de cuadros con astas de toro. A modo de guiño malévolo al profesor, permítanme entonces que use una “desafortunada metáfora taurina”, aunque me quede un poco goda. Señor alienígena: si no me hubiese percatado de que usted es eso, un alienígena, le habría entrado al trapo porque habría creído que el catedrático al que le ha secuestrado el cerebro da una imagen deleznable de sí. Entenderá que, como Castro fue asesor de la FCM desde su inauguración, en 1992, hasta 2017, y que como fue cesado, según la FCM, “por no satisfacer los estándares deontológicos que la institución requiere de sus asesores”, con esas cosas que le hace decir al dignísimo profesor, no faltará quien se pregunte que cómo así no dimitió antes de esta institución marxista obsesionada con desfigurar el legado de su fundador, y por qué solo tras su cese se ha animado a revelar tan espeluznantes verdades. 
 
En fin, explicitado lo anterior, no me duelen prendas, pese a ello, para felicitarle, muy estimado señor alienígena, por su caracterización de la FCM como “una gran empresa turístico-cultural, que hoy cuenta con ingresos que han hecho de la misma un auténtico poder económico en la isla”. Ni Bujarin habría hecho una definición más perfecta de soviet. Debo decirle también que es apasionante eso que cuenta de que la trayectoria de Manrique “y sus relaciones con la España de Franco” son inconciliables “con las tormentosas relaciones de Saramago con el Portugal del dictador Oliveira Salazar”. Lástima que en el pasaje que dedica a la visita a Lanzarote, a instancias de Manrique, de Rafael Alberti, a cuya vera Saramago sería un tibio menchevique, no aclare cómo en este caso si concurrieron las circunstancias para la conciliación. Pero más descorazona que no explique cómo es que, en el Lago Martiánez, el lanzaroteño homenajeó con un monumento al pensador freudomarxista Wilhelm Reich, o, como lo llama usted, Wilhem [sic] Reich. Sea como fuere, sepa que me ha sido de provecho conocer su punto de vista sobre estas cuestiones: ahora sé que un alienígena no es un marxiano.
 
Panteísmo
Ignoro si en 2007, cuando Saramago decía a los periodistas “tienen ustedes que hacer lo posible para que la segunda muerte de César, la espiritual, no se produzca”, expresaba su preocupación porque Lanzarote dejara de ser una “isla-templo” panteísta. Si fuese así, señor alienígena, el autor de El evangelio según Jesucristo le habría pisado lo que en su libro pasa por revelación: que Manrique “profesaba una religión sin dioses. O lo que es igual, que era panteísta”. Pero dudo que el escritor tuviese en mente algo que coincidiera, si quiera remotamente, con su planteamiento. Para mí, dado que el Nobel era comunista, solo comunista y nada más que comunista, que lo que dijo debió ser más bien algo así: “Hagan lo posible para que la segunda muerte de César, la de su espíritu comunista, no se produzca”. Ya lo sabe, los periodistas no solo oyen lo que quieren, sino que escriben lo que les da la gana.
 
En cualquier caso me embelesa, estimado alienígena, leerle, a través de la escritura de Castro, afirmaciones, qué duda cabe que inspiradas en el Umberto Eco de Interpretación y sobreinterpretación y en la noción de significante flotante según la pone en juego “Levy-Strauss” , sobre “la importancia que [Manrique] le otorgaba al lugar de elección de esos santuarios o templos de la naturaleza que reciben el nombre de Centros de Arte, Cultura y Turismo”, que “conforman una suerte de cartografía esotérica del espacio natural de la isla” y, así mismo, “que su fe panteísta le dictó dicho plan”. Me emociona sobremanera evocar a los turistas mientras comulgan en el Restaurante-templo El Diablo con chuletas panteístas, filetes de cherne panteístas y muslos de pollo panteístas, para luego bajar la comida a lomos de camellos panteístas. Y también imaginármelos en trance en los Jameos del Agua, bailando al ritmo de temazos panteístas de Aretha Franklin, James Brown,  Boney M y tantos otros, en la pista panteísta de lo que Manrique llamó “la discoteca más bonita del mundo”.
 
Dice usted, ilustrísimo alienígena, que “Manrique rechazaba las parejas de conceptos en que se sustenta una concepción dualista de la vida”. Y afirma que “llegó a esta conclusión por su fe panteísta, que profesaba a la manera de Spinoza”. ¿Spinoza? ¡Pero si este filósofo fue uno de los primeros críticos modernos de la religión! ¡Pero si sostiene que solo es posible el acceso al dios naturaleza a través del intelecto, y de intelectualismo, la verdad, Manrique no andaba sobrado! Caramba, señor alienígena, habrá quien se sienta tentado de preguntarle en qué planeta vive. Pero no seré yo. Vista su capacidad sideral para desfigurar, pero solo para refigurar, pongo mi fe en usted y quedo a la espera de que en un próximo libro se extienda sobre el particular.
 
En fin, un último apunte sobre esta cuestión. Afirma usted, enfáticamente: “Sí, César Manrique era un artista religioso. En el catálogo de su producción consta una obra explícitamente religiosa: la restauración de la ermita de Máguez, para la que diseñó un altar de piedra volcánica compacta”. Y continúa: “No era muy ortodoxo que un panteísta diseñara un altar en un templo de religión católica; pero, como muchos panteístas, creía en la unidad de los cultos”. Bueno, como diría Carlo Ginzburg, esto es de un rigor elástico. Lo más probable es que en este punto el cerebro de Castro se encasquillase como la máquina traductora de “alienígeno” de Mars Attack! y que, como aquel artefacto que proclamaba “venimos en son de paz” mientras los alienígenas liquidaban a media humanidad, el biógrafo de César Manrique dijese restaurar cuando debía decir recrear. Bien sabe que la ermita de Máguez no fue restaurada sino recreada por el lanzaroteño, con una escala más reducida y en un solar próximo al que ocupó el templo anterior. En cualquier caso esto es una fruslería. Más relevante es que diga que “no era muy ortodoxo que un panteísta diseñara un altar en un templo de religión católica”, porque menos ortodoxo resultaba aún que no advirtiese a los católicos que cuando penetraban en los Centros de Arte, Cultura y Turismo lo hacían en realidad en templos panteístas. No sé, tengo para mí, y si usted no dice lo contrario así lo seguiré sosteniendo, que el meollo del asunto está en que Manrique no quiso darle un disgusto a su madre y que hizo lo imposible para evitar que se enterase de que le había salido un hijo panteísta. 
 
Ruego
Para concluir, señor alienígena, permítame que le diga con absoluta franqueza que no recuerdo un ensayo tan documentado, inventivo, riguroso, elástico y sobrehumano como este César Manrique: Teoría del paisaje que firma Fernando Castro Borrego, previo secuestro de su cerebro por usted. Si alguna vez decide escribir otro libro mediante autor interpuesto, se lo ruego: acuérdese de mí. 
 
(Publicado originalmente en el periódico La Provincia).

Comentarios