Entre la mojama y la grandeza de los Franco

Entre la mojama y la grandeza de los Franco

Hoy es 29 de noviembre, y por lo que parece, cinco días después de la segunda inhumación, Franco no va a volver de entre los muertos. Ya sea porque nadie realmente muerto lo ha hecho nunca, ya porque la nueva losa que le han puesto encima va a ser difícilmente movida por el finado.
 
Tras lo visto, concluyo en que la negativa al acto de exhumación del cuerpo de Franco así como las acciones de la familia contra el mismo, no las motiva el respeto al cadáver del abuelo. Así quedó demostrado por sus familiares con su actitud y sus gestos. No era al abuelo a quien se desenterraba, sino al dictador. No iba por delante el respeto a un antepasado. Era la tumba del dictador la que iba a ser profanada, no abierta la del abuelo. No eran los nietos y bisnietos del patriarca, sino una panda de nostálgicos del régimen de cuyas atrocidades reniegan y a los que no les corresponde por edad semejante muestra de caspa. Nadie lanzó vivas al abuelo, sino al dictador, ni lo hicieron al país de nacimiento de su antepasado, fallecido 44 años atrás, sino a una idea de España que tiene en el "una, grande y libre" su enseña.
 
Para los Franco no fue un acto familiar, sino político
Por tanto, para los Franco no fue un acto familiar sino político, de exaltación de lo que el muerto representó en vida y al que deben la posición social que da la fortuna de la que disfrutan, amasada durante el régimen. Perdieron todos los presentes la oportunidad de mostrar ante la sociedad española un gesto de grandeza que se podría haber sustentado en no haberse opuesto al traslado, en haber rendido un tributo realmente familiar, y en haber acordado con el Gobierno hacerlo con la discreción debida.
 
Perdieron la oportunidad. Ellos, de dar a sus títulos nobiliarios —suponiendo que sirvan para algo— el lustre y la dignidad de la que andan faltos, y el pretendiente al trono de Francia, quizás por aquello a lo que aspira —la figura más chirriante en el espectáculo— perdió la ocasión de dar un paso atrás por aquello de que un aspirante a rey debería dejar a buen recaudo sus simpatías fascistas, a no ser que lo que pretenda sea ser el de bastos. Entonces, puede hacer lo que le dé la gana, que es justo en lo que está. No saben los monárquicos franceses la prenda que se iban a llevar. Todo lamentable.

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