Top Secret, 2 de mayo de 2019

La inquietud

En 1986 César Manrique escribió: “Lanzarote está tocando techo, desbordada en el número de automóviles y turistas, traspasando el umbral de la inquietud (...)”. Siga leyendo...

 

La inquietud

En 1986, César Manrique escribió: “Lanzarote está tocando techo, desbordada en el número de automóviles y turistas, traspasando el umbral de la inquietud (...)”. Esa expresión, “traspasando el umbral de la inquietud”, llamó a la reflexión, este martes, a una de las participantes en la mesa redonda Canarias, del suelo al territorio (in) sostenible, organizada por la Fundación César Manrique con motivo del centenario de su fundador. Emma Pérez Chacón, catedrática de Geografía Física en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y doctora en Geografía y Ordenación del Territorio por la Universidad de Toulouse Le Mirail (Francia), y en Geografía e Historia por la Universidad de La Laguna, basó su exposición en esa frase que, en efecto, puede causar, y de hecho causa, cierto desasosiego. El ser humano tiende a habitar en un estado de calma anímica. Somos animales imperfectos, muy imperfectos, pero hasta ahí nos da. Bobos del todo tampoco somos. No queremos sufrir más de lo estrictamente necesario. Por ello, resulta un tanto inexplicable que nos hayamos empleado con tanto ahínco en, efectivamente, desarrollar Lanzarote hasta traspasar, en mucho, ese umbral de la inquietud del que hablaba César.

¿Qué nos inquieta?

¿Y qué es aquello que nos causa desazón? Aunque Manrique se refería a la inquietud de los visitantes, que podrían sentirse defraudados por no encontrar en la isla aquello que se les prometió en la agencia de viajes de su barrio, bien podríamos plantearnos nosotros la misma cuestión para los isleños. Y para responder a esta pregunta puede que sea conveniente dejarnos de ser políticamente correctos. El desarrollismo provocado por “la avaricia histérica de los especuladores y la falta de decisión de las autoridades”, en palabras de César, trajo consigo, de entrada un aumento de la población. Lustros antes Manrique ya había advertido acerca de la necesidad de formarse para que el lanzaroteño no acabara siendo quien ocupara el escalafón más bajo en la escala del mercado laboral. Y ese aumento de la población acarreó más tráfico, los primeros atascos, las carreteras más grandes, los colegios más pequeños, los centros de salud con falta de medios y de personal, mayor presión sobre el territorio, más consumo de energía y, en fin, una peor calidad de vida que seguramente íbamos dando por buena en la medida en que a final de mes nos salía a cuenta.

Más pobres

De hecho hubo un tiempo en el que nos salía tan a cuenta que los jóvenes hacían justamente lo contrario de lo que pedía Manrique: salían en masa de los institutos para empezar a ganar dinero bien de camareros, bien de obreros de la construcción. No es demasiado habitual que aquel que tan claramente marca el desarrollo de un lugar advierte, al tiempo, de las consecuencias negativas que puede tener ese mismo desarrollo. Siempre que no se sepa controlar. Y eso es, justamente, lo que ha ocurrido. Manrique puso en valor la belleza natural que escondía Lanzarote y poco tardaron en llegar aquellos a los que despreciaba con toda su alma, como dijo en alguna ocasión, para saturar esa belleza de largas colas de turistas con pulserita en la muñeca, una señal de que la riqueza que generó ese desarrollo no se reparte adecuadamente. He aquí, por tanto, la imagen de la doble inquietud: del que pasa sus vacaciones entre colas y atascos y del que ha visto perturbada su zona de confort que en sí misma pudo ser la isla.

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