Top Secret, 17 de junio de 2019

"Mira abuelo"

En Facebook se compartió la noticia de la mesa redonda  sobre cómo era trabajar junto a César Manrique, organizada por la fundación que el artista creó y enmarcada en los actos del centenario.  La foto que la ilustraba era la de un puñado de hombres uniformados posando junto a César en el Jardín de Cactus. Siga leyendo...

“Mira abuelo”

En Facebook se compartió la noticia de la mesa redonda sobre cómo era trabajar junto a César Manrique, organizada por la Fundación que el artista creó y enmarcada en los actos del centenario. La foto que la ilustraba era de un puñado de hombres uniformados posando junto a César en el Jardín de Cactus. Uno de los comentarios que motivó la noticia rezaba “¡Mira abuelo!”, y etiquetaba a una segunda persona, es decir, llamaba su atención para que leyera ese comentario. Y la respuesta de la etiquetada fue: “¡Qué orgullo!”. A lo largo de la mesa redonda, celebrada en la Sala José Saramago de la Fundación César Manrique, en Arrecife, se puso de manifiesto que, en efecto, trabajar junto a Manrique era un orgullo. Ya fueras peón albañil, ya arquitecto. Precisamente los tres protagonistas que participaron en la charla eran de alto perfil profesional. Un arquitecto técnico, Esteban Armas, y dos ingenieros de caminos, canales y puertos, Juan Alfredo Amigó y José Luis Olcina. El primero trabajó con César en varios proyectos. Entre ellos el Jardín de Cactus, de principio a fin. Los otros dos, la familia de César en Tenerife como él los llamaba, dieron forma a los sueños de Manrique en el Lago Martiánez y en los parque marítimos del Mediterráneo, en Ceuta, y de Santa Cruz de Tenerife. Un honor, un orgullo y un privilegio trabajar junto a César Manrique.

Motivador

César dibujaba en un papel, ya fuera folio, cuartilla e incluso una servilleta, aquello que deseaba hacer. Y lo explicaba con el entusiasmo con el que explicaba las cosas, lo cual ya te cautivaba. Los ingenieros o arquitectos daban coherencia técnica a esos bocetos. Y el conjunto de trabajadores se entregaba con generosidad a levantarlos sobre el terreno. Y Manrique los mimaba, uno a uno. Los motivaba, felicitaba, alentaba a que buscaran siempre la perfección, no tanto como obsesión cuanto para que nada desentonara con el resto del paisaje. Arte integrado en la naturaleza. Naturaleza transformada en arte. El resultado final de todo cuanto hicieron salta a la vista. Aquellos que trabajaban a su lado le seguían ciegamente. Don César, como le llamaban sin que él lo pidiera, sino como muestra del enorme respeto que le tenían, era uno más del grupo. Pero sobre todo era el que les hacía sentir orgullo por la obra que estaban realizando. “Será admirada en todo el mundo y tú serás parte de ese éxito”, les venía a decir.

Detalles

Y así ha sido. La charla entre Amigó, Olcina y Armas estuvo repleta de pequeñas anécdotas. Fue precedida por dos audiovisuales en los que el cineasta Miguel G. Morales plasmó con maestría, las opiniones de los colaboradores de Manrique en muchas de sus obras. Hombres curtidos a base de arrancar y sentar piedras, armar morteros, cargar hierros… a los que César contagiaba su pasión por las cosas, por todas las cosas. Pero especialmente por el arte y la naturaleza. En toda obra espacial realizada por Manrique hay arte y hay naturaleza. Una escultura hecha con los materiales más diversos, un helecho, un juguete del viento, unos cactus… Todo en su sitio y con un sentido. Y ese grupo de hombres que aparecen en la foto uniformados, del primero al último, transmitiendo al territorio la sensibilidad de César. Gracias a los actos que organiza la Fundación César Manrique en torno a la figura, la obra, el pensamiento y las inquietudes del artista, podemos conocer las mil y una características de su personalidad. Y lo que nos queda. Afortunados que somos.

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