Top Secret, 16 de julio de 2018

¿Qué pasa con La Graciosa?

¿Qué pasa con La Graciosa?

¿Qué pasa con La Graciosa?
Como todos los veranos, la isla de La Graciosa vuelve a ser tendencia. Y para mal. Normalmente no nos ocupamos de la suerte de la octava isla, pero en cuanto llega el estío, sobamos una frase hecha: todos somos La Graciosa. Que la isla que los conejeros hemos conocido siempre como la Octava, mientras el resto del Archipiélago otorgaba ese mérito a Venezuela, ha cambiado mucho, digamos, en lo que va de siglo, es una obviedad como la Punta de Fariones. Que ha cambiado a peor, también es de perogrullo. Todo, naturalmente, desde nuestro punto de vista. Porque de La Graciosa se opina mucho más desde fuera que desde dentro. Cierto es que el Consejo de Ciudadanía que se constituyó en febrero de 2011, ha servido para reivindicar con contundencia algunos aspectos que tenían muy claro desde el principio. Unos han salido, otros esperan. Entre lo pendiente, la madre de todas las asignaturas por aprobar: el Plan Rector de Uso y Gestión. Pero también se dijo en aquella primera reunión oficial que había que poner sobre la mesa la necesidad de regularizar las 500 camas turísticas (existentes en 2011); eliminar los 200 coches (ahora se estima en más de 300), poner en marcha la Planta de Transferencia para ir solucionando el problema de residuos; controlar las empresas de actividades turísticas; y determinar los usos pesqueros y de marisqueo. Algo se ha hecho y mucho no. Y ahora que estamos de nuevo en verano, nos duele de nuevo La Graciosa.
 
Los olvidados
Luego, ya a finales de septiembre, empezaremos a olvidarnos de los gracioseros deseándoles que pasen un buen invierno y hasta el próximo verano. Y muy pocos caemos en la cuenta de que, en Caleta de Sebo, se vive muy distinto un 23 de noviembre, por ejemplo, que un 16 de julio. Estos días, los actuales, estamos prestando mucha atención a las multas que les están mandando a los propietarios de vehículos que destinan al transporte de los visitantes, escandalizados porque ponen señales de tráfico que “no pegan” con el entorno (como si pegaran más en Timanfaya o La Geria) y abrimos mucho los ojos escuchando decir al alcalde de Teguise que allá tiene que ir la ITV. Una de quita y pon, que nadie se imagine dos naves anexas más edificio de oficinas a imagen de las “iteuves” de por aquí. Y empezamos todos a debatir como si no  hubiera otra cosa sobre La Graciosa y su suerte futura. Y no digamos ya todo lo que largamos cuando cogemos el barco de regreso después haber pasado un día de bocadillo, tortilla y sandía en la Francesa. 
 
Meterle mano
Que a La Graciosa hay que meterle mano es evidente. Ahora y en febrero. Lo diga un nativo o un veraneante. Y que la solución la han de arbitrar los mismos que la han liado es también una verdad tan grande como el Risco que ven como paisaje los que miran al mar en Caleta de Sebo. Porque todo lo que le está pasando a La Graciosa no ocurre, como diría Rajoy, porque cae agua del cielo sin que se sepa muy bien cómo (y eso que tiene un primo meteorólogo y uno hijo en primaria que se lo podían haber explicado). En la Octava isla hay lo que hay porque los políticos lo han permitido. Y falta lo que falta por la torpeza de los mismos políticos o parecidos. Tan lerdos como para ser incapaces de mandar redactar un PRUG que supere los requisitos legales existentes. De todos modos, y mientras todo esto se va resolviendo, que tardará, los que opinamos de La Graciosa desde fuera, que somos miles, podríamos dejar mucha menos mierda que la que dejamos cuando cruzamos El Río para darnos un chapuzón en Montaña Amarilla o decirle a nuestros hijos que se acuerden de utilizar las papeleras, cuando terminen de bailarse el reguetón, para botar las botellas de plástico de los refrescos, de vidrio de los alcoholes y los envoltorios y las servilletas de las salchipapas. Entre otras cosas.

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