Opinión

Nuevas maneras, viejas desafecciones comunitarias

<p>Agustín E. García Acosta</p>
Agustín E. García Acosta
Nuevas maneras, viejas desafecciones comunitarias

Empezaré esta reflexión reconociendo sentirme un dinosaurio en medio de un inmenso océano de avances tecnológicos.

No niego sus bondades (que son muchas y en diversos ámbitos comunitarios), sería imprudente e injusto por mi parte obviar sus más que evidentes efectos positivos. Pero me resisto a acelerar en mi un proceso de “reconversión hacia esta modernidad embotellada” que aún intuyo ajena y lejana a mis propósitos de vida. Quizá por una cuestión de edad, de salud personal o, simplemente, por ganas de incordiar.

No obstante, detrás de esta resistencia por la desmesura que reina en esta altiva era tecnológica, no hay un vacío de razones. Más bien se trata de “convicciones básicas”, principalmente, en lo que relativo a la negativa afectación que ha supuesto y sigue teniendo en los procesos relacionales de las personas.

Creo que los avances tecnológicos han dañado sensiblemente nuestra escucha y conciencia sobre el “otro”. No se trata de combatir las nuevas formas de comunicación, se trata de parar esta intensa oscuridad que prevalece en las dinámicas de comunicación comunitaria.

Hemos denostado la piel, legitimando el poder de las pantallas sin remordimientos. Hemos sustituido los talentos personales por el confort y confianza que nos ofrece la inteligencia artificial. De hecho, las actuales generaciones solo conciben el mundo que les rodeas a través de una pantalla. Se han vuelto nativos digitales.

Su visión de las cosas ha perdido la profundidad de miras y la crítica cívica. A su vez, han ganado en decoro e impulsividad informativa. Alentamos la rapidez del día a día, esa voracidad de consumo de inmediatez, sin albergar apenas el encuentro, la reflexión o la compasión por los contextos.

Han vencido los promotores de las polémicas postizas, las mentiras bañadas con sospechosos barnices de verdad, los voceros de medio pelo, fugaces héroes sostenidos por reels insustanciales.

En este contexto de desafección cívica generalizada lo verdaderamente inquietante es la perdida de fe en las personas.

Las herramientas (tecnología) han traspasado el horizonte de su naturaleza para convertirse en primarias, imprescindibles para la existencia. La gente queda en un segundo plano, en un asombroso olvido de sus posibilidades y crecimiento compartido.

De hecho, nuestras habilidades y destrezas se encaminan en base a las permanentes adaptaciones y modificaciones que nos muestra la tecnología, y no al revés.

Estas herramientas digitales nacieron con la vocación de servir y ayudarnos a mejorar (de hecho, han conseguido un exitoso acomodo de la gente: la conciencia colectiva está herida de muerte). No surgieron para anular voluntades. No emergieron para adoctrinarnos y enseñarnos a vivir….

Y no vale como responsabilizar o decir que es un asunto de los/as muchachos/as de hoy. Nos toca a nosotros (adultos) emerger “como última línea de protección”. Somos los gestores directos de esta desidia, de este atraso en la comunicación interpersonal, de esta torpe tozudez por agitar revoluciones sin alma.

Caímos en la trampa de la evasión para no sentir tanta basura acumulada en lo cotidiano. Nos vendieron un bonito producto, obviando sus fisuras externas. Publicidad engañosa, delito premeditado….

Martha Lane Fox dijo “la tecnología se vuelve obsoleta rápidamente; es el conocimiento y la creatividad lo que siempre será valioso…”

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