“El paraíso que dejó de oler a sal”
Lanzarote siempre ha sido una isla que se siente con los cinco sentidos. Pero últimamente, el sentido que más nos alerta de que algo va mal es el olfato. Ya no es el aroma limpio del Atlántico o el frescor del salitre lo que nos recibe al acercarnos a la orilla; ahora, en demasiados puntos de nuestra costa, lo que domina es un hedor pesado y dulzón. Es el olor del abandono. La isla se ha convertido en un despropósito medioambiental donde los vertidos de aguas fecales campan a sus anchas ante la mirada pasiva de quienes deberían evitarlo.
Lo que está ocurriendo en este 2025 no es un accidente, es el resultado de décadas de mirar hacia otro lado. El litoral de Lanzarote está salpicado de "puntos negros" donde el control es inexistente. Ya no hablamos solo de la capital, Arrecife, donde la playa de El Reducto se ha convertido en el símbolo de esta crisis con cierres recurrentes por la presencia de bacterias fecales. El problema se extiende como una mancha de aceite por toda la geografía insular.
Desde los emisarios obsoletos en la zona de Playa Blanca hasta las filtraciones silenciosas en los alrededores de Puerto del Carmen, el descontrol es total. Existen decenas de puntos de vertido en la isla que ni siquiera están autorizados o que, si lo están, no cumplen con las normativas mínimas de depuración. Estamos lanzando al mar agua que no ha sido tratada correctamente, cargada de residuos que destruyen el ecosistema marino y ponen en riesgo la salud de quienes se bañan.
Las infraestructuras de saneamiento de Lanzarote están al límite. Tenemos una red de tuberías vieja, estaciones de bombeo que fallan cada vez que hay una subida de presión y depuradoras que simplemente no dan más de sí. Hemos visto cómo toneladas de residuos sólidos atascan un sistema que ya era insuficiente para el crecimiento poblacional y turístico que soporta la isla.
Se calcula que una parte altísima del agua residual que generamos acaba en el mar sin el tratamiento adecuado. Es decir, estamos tratando nuestro océano como si fuera un vertedero infinito, confiando en que las corrientes se lleven lo que no queremos ver…
Pero la mar (contrariada) tiene memoria, y ahora nos está devolviendo la suciedad en forma de orillas contaminadas y malos olores.
Lo más indignante de esta situación es la impunidad. Europa sigue sancionando a España por el mal tratamiento de las aguas en Canarias, y Lanzarote es una de las piezas clave en ese mapa de la vergüenza. Parece que para nuestras instituciones es más cómodo pagar multas millonarias con dinero público que ejecutar las obras de urgencia que el saneamiento necesita. Es una gestión de parches: se cierra una playa cuando los niveles de contaminación son peligrosos, se espera a que la corriente limpie la zona y se vuelve a abrir hasta el próximo reventón.
Lanzarote no puede seguir presumiendo de ser "Reserva de la Biosfera" mientras sus entrañas están rotas. No podemos vender un paraíso de naturaleza virgen si el aire en nuestras playas se vuelve irrespirable. La ausencia de control está matando la gallina de los huevos de oro, pero, sobre todo, está robando a los lanzaroteños el derecho a disfrutar de su propio mar.
Si no se invierte de verdad en una red de depuración moderna y si no se vigila con mano dura cada punto de vertido, el daño será irreversible. Es hora de exigir que nuestras playas vuelvan a oler a lo que siempre olieron: a sal, a vida y a orgullo, y no a la desidia de un sistema que ha perdido el rumbo…