Opinión

Curtura con r

La cultura no tiene hora ni fecha en el calendario, aunque gente que se precia de ser lúcida y sensata quiera nadar a contracorriente. Me refiero a políticos CO2, seres contaminantes que por desgracia no solo abundan en distintas administraciones públicas, sino que tienen la osadía de creerse preparados para liderarlas.

Padres y madres de la patria PCRs (políticos (as) confinados en redes sociales) sometidos a la tiranía de los ‘likes’ que promulgan el apoyo a la curtura con r. Una cultura rácana, de presupuesto irrisorio, sin la menor idea, y aún peor, sin preocuparse cómo y qué cocinan los artistas tras bambalinas.

Y qué hacemos con estas marionetas que desprecian la cultura por acatar órdenes, por  miedo a innovar, por desconocimiento o por  acomodarse en zonas de confort y en lugares comunes con la excusa barata de “es lo que le gusta a la gente”, pero cabría precisar: ¿es lo único que le gusta a la gente?, o si es que no nos hemos interesado o somos negligentes a la hora de investigar  si esa gente demanda productos culturales más profesionalizados o esté ávida de conocer e involucrarse en propuestas innovadoras.

No olvido las palabras de un viejo amigo artista plástico, Juan Carlos Buggy, que nos decía en un testimonio recogido para el documental La Bacanería que teníamos que convivir y coexistir con el fenómeno de la cultura oficial, pero no creer en él, que es un hecho bien distinto: “es consumista, elitista, segregacionista, excluyente y mercantil, es decir, tiene los peores defectos”. Imposible resumirlo mejor.

Vuelvo con mi traquina. Por qué no miramos los índices de calidad educativa de nuestra región y comparamos nuestro nivel de desarrollo con el de otras regiones. Por qué no repasamos la inversión pública en educación y cultura de nuestra región frente a la apuesta inversora de otras zonas del país.

No es acaso el arte, el folklore y la cultura en general una forma contundente de participación ciudadana. La artista, directora de teatro y catedrática chilena Claudia Echenique, que  en alguna entrevista anotaba que “queremos meterle al público el bichito de lo entretenido que puede ser descubrir a Shakespeare”, tiene un ensayo de estudio y reflexión sobre el teatro callejero como opción estética para la creación de la memoria política.

En él trata el ofrecimiento de alternativas de participación a la ciudadanía  “que se entrelazan con el imaginario utópico compartido, el arte, la creación y el rescate de una memoria olvidada, ejerciendo, desde el propio oficio, una nueva y refrescada mirada comunitaria, hacia temas que nos parecen importantes de revisar porque son constituyentes de nuestra identidad histórica y política”.

¿Cómo explicamos esto a los PCRs? Será muy difícil comprender que las expresiones artísticas dan “calor humano” y rompen barreras ideológicas, religiosas o idiomáticas dando sentido a la vida en comunidad, eso precisamente que reclamamos todos los días, pero que no predicamos con el ejemplo, para crear y disfrutar de un ambiente de convivencia. Son lazos de unión, como sostiene Claudia Echenique, entre el público y lo público, refiriéndose ella a la conquista del espacio cotidiano por parte del teatro callejero para rescatar una memoria y recrearla de forma pública “que reafirma la noción de inclusión”. Si los procesos creativos son “dinámicos, permeables y transitorios” no nos queda nada para un cambio de mentalidad.

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