Opinión

Esperando follones

Mundial-Victoria Marruecos
Mundial-Victoria Marruecos

Los adictos al conflicto se quedaron con los crespos hechos. Los disturbios en Bruselas después del 2-0 que Marruecos le endosó a Bélgica en la fase de grupos del Mundial de Catar, presagiaban un comportamiento similar en España cualquiera que fuese el ganador del enfrentamiento deportivo de octavos en el que finalmente La Roja sucumbió ante nuestros vecinos africanos en la tanda de penaltis. 

La pregunta desde los estudios en las conexiones televisivas de informativos a  los periodistas que cubrían la calle en puntos céntricos de Madrid y Barcelona, ciudades grandes donde viven miles de ciudadanos marroquíes, no era ¿cómo estaba el ambiente festivo? o ¿cómo celebraba la afición de Marruecos?, la pregunta recurrente fue ¿ya hay altercados?, ¿hay disturbios?, ¿ya intervino la policía?

Muchos estaban esperando y deseando follones para caer encima al fenómeno migratorio, es el caldo de cultivo para quienes desean polarizar más la sociedad, pero esta vez la alegría y la tolerancia de ambas aficiones le clavaron un golazo por la escuadra a la irracionalidad, y por supuesto, la respuesta periodística sustentada en imágenes y sonidos no podía ser otra que la de un ambiente puramente festivo plagado de banderas, cánticos y euforia. Hoy ganas, mañana pierdes, así es el juego, como la vida misma.

Dos cracks de la literatura, ambos uruguayos, ambos fallecidos, ambos con amplias referencias sobre fútbol en sus  obras poética y narrativa y confesos seguidores de “la única religión que no tiene ateos”, Mario Benedetti y Eduardo Galeano, la frase entrecomillada es de este último, supieron disfrutar del balompié y escribir de él siendo a la vez muy críticos con la globalización de la hipocresía y la exacerbada mercantilización del deporte, pero sin deshumanizarlo, al contrario, poetizando su acontecer y el de sus ídolos, como es de humanos festejar en la victoria y entristecerse en la derrota.  

Mientras los informativos rastreaban sin éxito disturbios, salí de mi casa en el momento en el que todavía los analistas del pospartido intentaban  buscar y dar explicaciones sobre la eliminación española, cayendo a veces en esa verborrea y seudofilosofía absurda que te invita a cambiar de canal o apagar directamente la tele, cuando un grupo de menores de edad me enseñó la mejor muestra de convivencia en la urbanización donde resido en Playa Blanca, localidad que registra un representativo número de ciudadanos africanos empadronados. 

Alegres y desprevenidos, niños y niñas españoles y marroquíes o de descendencia marroquí, unos y otros vestidos con camisetas de su país y caras pintadas con los colores de su bandera, jugaban fútbol juntos y felices ajenos al ruido de la victoria y la decepción por la eliminación y al interminable zumbido mediático. 

Dice Eduardo Galeano en uno de sus textos que “los niños no tienen la finalidad de la victoria, quieren apenas divertirse. Por eso, cuando surgen excepciones, como Messi y Neymar, son, entonces ellos, para mí unos verdaderos milagros”. 

Los niños de la urbanización jugaban también ese día indiferentes a religiones y costumbres, como lo hacen habitualmente. Genios de las letras como Mario Benedetti se permiten tantear la religión para traslucir su pasión por el fútbol: “aquel gol que le hizo Maradona a los ingleses con la ayuda de la mano divina es, por ahora, la única prueba fiable de la existencia de Dios”. Creyente o ateo, sea cual sea la cultura y nacionalidad, la gran victoria es la convivencia. 

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