Opinión

Una historia sepultada

El teatro es casi tan viejo como el hombre primitivo, tanto, que su génesis se sitúa en las danzas alrededor del fuego, celebraciones religiosas y otros ritos y la misma necesidad de comunicación inherente a la especie humana. Las antiguas civilizaciones lo usaban como forma de expresión y la cultura griega marca un punto de inflexión en las motivaciones del teatro como forma de expresión artística. Allí, en la Antigua Grecia, se levantaron los primeros espacios públicos destinados a la expresión dramática y teatral y luego los romanos hicieron lo mismo.

Hoy podemos asistir a recintos cerrados, unos más preparados que otros en cuanto escenario, iluminación, sonido y patio de butacas, pero también podemos disfrutar de esa deliciosa combinación de arte, entretenimiento, crítica, reflexión, historia, conocimiento o la “simple” representación de la vida, en la mismísima calle.

El teatro callejero tiene su enganche porque paradójicamente, aunque en la calle se desarrolla gran parte de nuestra vida cotidiana, no es un espacio convencional para escenificar historias guionizadas inspiradas o no en la realidad. Entraña innumerables dificultades técnicas, así que llevarlo a cabo es asumir riesgos y merece nuestro reconocimiento. 

Cuando participamos como espectadores de un teatro de calle, tenemos ante nosotros un espectáculo creativo, colectivo y gratuito que desembarca en un espacio de  todos, un espacio que nos ofrece mayor cercanía con los protagonistas, y ellos a su vez con nosotros, es por tanto una forma más de participación ciudadana, de vida en comunidad, en una época en la que cada vez es más complicado reunirnos y confraternizar en espacios públicos. 

Al convocar a personas alrededor de una historia en la calle, explica la actriz chilena, directora teatral y estudiosa de las artes escénicas, Claudia Echenique, “aparece la magia que provoca el encuentro entre los cuerpos, derribando las barreras que a veces existen en cuanto a lo diverso y generando sentido de comunidad. Se siente el calor humano, circula la energía y se enaltece el espíritu”. 

Como la música, la literatura o el cine, el teatro callejero es un medio de comunicación potente capaz de promover buenos valores entre niños y jóvenes de una forma atractiva, fuera de cuatro paredes, consiguiendo que las nuevas generaciones aprendan y aprecien su cultura, conozcan mejor su pasado y sean conscientes de la importancia de autoformarse. 

El colegio o la universidad no lo dan todo, hay que buscar alternativas que alimenten el conocimiento y el pensamiento crítico, y como el arte no hay mejor vehículo. Los jóvenes de secundaria y de educación superior, sobre todo, deberían tenerlo bien claro, y nosotros como madres y padres, pues también. No son pocas las familias que estamos preocupadas por el consumo masivo de televisión y nuevas tecnologías en la búsqueda de gustos y necesidades, creadas; así que todo esfuerzo encaminado a impulsar la divulgación de las artes es de agradecer. 

‘Yaiza una historia sepultada’ es una propuesta escénica de teatro histórico documento, en la calle e itinerante además, porque sus actos se desarrollan en diferentes espacios cercanos, que conlleva el desplazamiento de actores y espectadores por lugares de recorrido cotidiano que a partir de ahora seguramente serán vistos con otros ojos, por unos y otros, el arte caminando por el pueblo para contar una historia.  

Bajo la dirección de Salvador Leal, la propuesta impulsada por el Ayuntamiento de Yaiza y Trama 2 Producciones está situada históricamente en las erupciones volcánicas de 1.700 y sus consecuencias sociales para dar a conocer de forma entretenida parte de la historia del municipio de Yaiza y la isla de Lanzarote. Es la tarjeta de invitación a participar de este espectáculo el sábado 24 de septiembre con punto de encuentro a la seis de la tarde en la Plaza de Los Remedios de Yaiza.

No es la primera vez que el arte sale al rescate de la memoria olvidada, en este caso, con una ocupación simbólica y creativa del espacio público que nos anima a vivir de cerca acontecimientos que forman parte de la historia propia, “la cultura viviente del mundo antiguo”, como lo describe la experta francesa en teatro y literatura, Florence Dupont. 

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