Opinión

¿Para qué escribir?

Es una pregunta que me hago y me han hecho personas que siguen este espacio de opinión, y aunque recibiera alguna remuneración, que no es el caso, no sería suficiente percibir emolumento para prolongar la disciplina de escribir. Quienes también lo hacen, con o sin pretensiones literarias, saben que existen muchísimos motivos y emociones que dejan el dinero en reposo.

Desde el punto de vista más egoísta, me sirve para leer y observar más, en definitiva, para estar mucho más actualizado en temáticas globales que siempre terminan sirviéndote en el ámbito de la vida personal, incluso en el disfrute de aficiones como la música,  y, por supuesto, en el trabajo cotidiano, sobre todo si la actividad habitual es el ejercicio del periodismo o profesiones afines. 

Pero coincidirá conmigo gente dedicada a la escritura, cualquiera que sea el género, que las  inquietudes u opiniones que despierta un texto en el lector es quizá la mayor satisfacción, y ahora más cuando la era digital facilita la interacción con lectores cercanos y lejanos. Al fin de cuentas es un producto repleto de letras y palabras creado con la intención de transmitir un mensaje para que el lector y los lectores decidamos libremente si nos interesa o engancha por su contenido, forma o ambos factores.

Como bien decía el escritor argentino Julio Cortázar, “el autor del texto es su primer lector”, y su primer opinante. Y traigo de referencia a Cortázar porque su lectura al menos en Latinoamérica ha sido imprescindible, o quién en el colegio no leyó su novela ‘Rayuela’. Afortunados fuimos los que mamamos las joyas críticas y creativas del boom latinoamericano, ese movimiento literario, cultural, social, y también desafiante y de agitación ideológica, de los sesenta y setenta, que también se plantó en Europa y el mundo. Cortázar fue uno de sus precursores. 

La escritura es una forma de reflexión en voz alta que sirve para dialogar con uno mismo y un ejercicio tremendamente productivo para mejorar nuestras competencias profesionales con independencia de la publicación o no de los textos. Además, agudiza nuestra lectura entre líneas y ayuda a la comprensión lectora.  

La libre escritura nos permite tratar temas distintos fuera de la agenda diaria de los medios de comunicación y las redes sociales y debatir abiertamente sobre ellos. Clamor y ruego para que el sistema educativo, sin evadir la responsabilidad del hogar,  promueva actividades de escritura y lectura desde la etapa infantil que favorezcan la reflexión, el análisis y el pensamiento crítico a fin de combatir la sociedad anquilosada que estamos construyendo por comodidad, falta de iniciativas y contenidos diversos. 

Nuestros jóvenes deben tener mayor información que les ayude a crear opiniones propias, cuestionar prejuicios y construir relatos de cosecha individual y de grupo que muevan la crítica constructiva, impulsen el diálogo, la negociación y los acuerdos  y que conduzcan a propuestas y realización de proyectos de bienestar social. 

Tenía este artículo a punto de terminar y el biólogo Nacho Romero me puso en bandeja el remate en el acto de presentación de su poemario ‘Bogando entre líneas’, que celebró el pasado viernes junto al público y personalidades vinculadas al arte y la literatura en la Casa de la Cultura de Yaiza. 

Su obra de compromiso social responde por sí sola al ¿para qué escribir? En sus versos del poema ‘Totum revolutum’ lo deja caer: “El inmovilismo provoca llanto, genera ansiedad. Edúcate patria, genera conciencia, valórate, alinéate a la vida, sin renunciar al profundo pensamiento”. 

Y así como Nacho Romero busca abrir los ojos a través de su creación literaria, cada persona tendrá sus motivos para escribir, por ejemplo, contra el servilismo, aunque en la sociedad actual la derecha y la derecha ultra rancia señalan “comunista” a quienes se alejan de su “verdad”, mientras políticos y militantes alineados lo repiten como loros sin haberse leído un libro. Seguro Nacho, comparto contigo, “El capital machaca, reparte la fruta, se come los gajos, y para ti...la amarga cáscara”.

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