Las izquierdas tristes y el miedo como coartada fallida

Lo fácil, como activista antisistema que defiende la justicia social, sería asentir y callar con lo que se hace desde las izquierdas a la izquierda del PSOE en este país. Pero es tanta la pérdida de identidad y las renuncias, que se me hace muy difícil no salirme de  la fila. Y es que no se puede construir un proyecto transformador que ilusione a la gente basándose casi únicamente en el miedo a que venga la ultraderecha. Lo vemos a nivel estatal, con Podemos, Sumar, Compromís o ERC agitando continuamente el mismo lema: frenar a la ultraderecha. Y aún peor en Canarias, donde ya asistimos al acostumbrado movimiento de los perdedores, con Nueva Canarias y Podemos queriendo aglutinar en torno a ellos a soberanistas, no soberanistas, centristas y centralistas bajo una misma bandera: frenar al fascismo que viene.

Otros ejemplos cercanos de este centrarse en la ultraderecha los hemos visto estos días en Tenerife, con muchos en las izquierdas tristes felicitándose porque la Universidad de La Laguna no autoriza la charla del agitador ultra Vito Quiles. ¿Qué problema hay en que venga a hablar a la Universidad? ¿Delito de odio? Pues dejemos que dé su charla y luego ya se verá si hay o no delito de odio. Porque ahora es peor: ya tienen un argumento más, el de rebelarse contra la censura. No arreglamos nada intentando negar, no queriendo ver o pidiendo ilegalizaciones de un movimiento que es tendencia en España. Es tarde ya. Más de lo mismo con la visita de Abascal a La Laguna, con los del Sí se Puede del Ayuntamiento pidiendo a la Fiscalía que actúe.  Y aclaro, para que no se me entienda mal: sí, es legítima la preocupación por el avance de Vox y la marea reaccionaria, y está muy bien intentar cerrar el paso al fascismo y denunciar cuando toque. Pero sólo como un elemento más, no como estrategia central ni como coartada para esconder la falta de proyecto o la renuncia a la lucha de clases. Y esto lo digo pensando también en las de Unidas se Puede de La Laguna, ausentes en muchas batallas por la justicia social que afectan a familias laguneras -el IBI ilegal de Visocan por ejemplo-, muy activas en cambio cuando se trata de temas de ámbito global que se escenifican con brindis al sol que no cambian ni mejoran nada.

Creo que es importante que entendamos en las izquierdas, que si definimos nuestro proyecto por oposición al adversario, acabamos cediendo el marco del lenguaje y terminamos jugando siempre fuera de casa, con las reglas del contrario. Y eso, justo eso, es lo que hacen las izquierdas tristes. Son como esos equipos pequeños que juegan siempre a defenderse, adaptándose al juego del rival. Es sencillo: no se puede construir una alternativa transformadora definiéndose solo por oposición a lo que se teme. Dicho de otra manera: si tu baza es el miedo a otros partidos, estás perdido, porque la gente no se moviliza masivamente por eso. ¿Ven acaso algún atisbo de miedo en Vox hacia sus rivales políticos? En absoluto. A unos los llaman “la derechita cobarde”, a otros corruptos, y a otros terroristas, separatistas o izquierda woke. Siempre algún insulto, ataque o barbaridad, pero nunca miedo. El miedo lo llevan en su programa, pero para que se lo tomen los demás, no ellos.

Siguiendo con las metáforas, esto de organizarse para ir contra la ultraderecha es como tomar antiinflamatorios para curar una pierna rota. En política, como en medicina, no se puede curar una enfermedad atacando sólo el síntoma. La ultraderecha de hoy es el síntoma de una sociedad muy fastidiada, pero no son quienes la han fastidiado. ¿O acaso gobernaban ellos en Europa, en Canarias o en España durante todas estas décadas en las que el sistema ha abandonado a la gente común, vaciado las comunidades, desmantelado los servicios públicos y sustituido la justicia social por el consumo masivo y la financiarización de todo? ¿Verdad que no? Pues entonces no nos equivoquemos.  

Así, no es buena táctica satanizar a la ultraderecha o vestirla de demonio fascista. No conviene porque estas opciones reaccionarias son ya la tercera fuerza electoral en España, y al tacharlos a todos de franquistas o fascistas, se está diciendo también que lo son los cinco o seis millones de españoles que los votan. Y eso, a todas luces, no puede ser, y tampoco está bien. La España rural, por ejemplo, los vota mayoritariamente, pero no son fascistas: son personas tradicionales a las que no les gusta lo que ven, y a las que ha convencido el discurso oportunista de la ultraderecha.

Todavía hoy me sorprende que muchos no entiendan cómo crece tanto la ultraderecha con mensajes tan bárbaros y tan fácilmente desmontables. ¿No lo ven?: ellos al menos tienen plan propio y ofrecen certezas emocionales simples (identidad, orden, pertenencia, patria, liberalismo, religión, seguridad). Las izquierdas tristes, en cambio, las que hace tiempo dejaron de ir contra el sistema, responden hoy sólo con alarmas, advertencias y miedo al dictador que viene. Sin entender que la gente, sobre todo la gente progresista, los utópicos, los que sueñan, los que aún están a tiempo de creer en un discurso transformador, no van a votar para evitar el infierno. No votarán si no se les ofrece esperanza, una tierra prometida, un paraíso posible, algo más allá. Y lucha en las calles, con la gente que sufre.

Creo que se me va entendiendo. A la ultraderecha no se la vence advirtiendo de lo fea y mala que es: se la derrota haciendo innecesario su discurso, logrando que el miedo deje de tener utilidad. Y eso sólo es posible haciendo políticas en positivo, pensadas para mejorar la vida de las personas, con vivienda, con trabajo digno, con servicios públicos sólidos, con soberanía alimentaria y energética, con respeto al territorio y con dignidad.

  Y así, hablando de dignidad, vamos llegando al final y quiero acabar en Canarias, con algunas preguntas. ¿De verdad el gran problema de Canarias es el auge de la ultraderecha también aquí? ¿En serio? ¿Y la solución “progresista” que va a convencer a los votantes de las Islas, creen que será juntar a dos partidos fracasados y en franco retroceso -Podemos, centralista y jerárquico; y Nueva Canarias, insularista y desmembrado-, bajo la bandera del miedo a la ultraderecha, sin programa definido, ni postulados soberanistas, ni un bagaje mínimo que los avale, con todos los micropartidos que aparezcan por ahí? No señores: el problema de Canarias, enquistado desde siempre, es su permanente estatus de colonia, su incapacidad para decidir sobre nada de lo esencial, y los medianeros, los caciques y los señoritos, mediocres y vendidos hasta decir basta que nos han gobernado siempre. A todo ello súmenle los buitres, los especuladores y las mafias de medio mundo que han puesto sus ojos en la riqueza que fluye por las Islas, y tendrán la radiografía básica. Así las cosas, si de verdad se quiere construir algo digno y transformador en Canarias desde las izquierdas, hagámoslo pensando en darle la vuelta a ese diagnóstico con propuestas realistas y valientes, y con lucha en la calle. Y olvídense ya de ese mantra de frenar a la ultraderecha, porque no va a servir. No basta con resistir, hay que construir.  Además, hay otra ultraderecha, camuflada, sibilina, disimulada, que gobierna en Canarias desde hace ya muchos años.