No estás solo, estás “en un proceso”... y otras mentiras con brillantina

Hay algo peor que estar solo:
Estar solo y que encima te digan que es “un regalo del universo”.

No tener a quién llamar un martes por la noche cuando el mundo se te cae.
No tener un mensaje preguntando cómo estás, no porque haya pasado algo, sino porque sí. No tener un abrazo. Uno real, de esos que no tienen prisa.
Eso no es un proceso. Eso es soledad.
De la jodida.
De la que duele en el pecho cuando se apaga el ruido.

Pero vivimos en tiempos donde decir eso es casi un delito. Porque “tienes que aprender a estar solo”,
“tu compañía debería bastarte”,
“el amor propio es suficiente”.

¿Ah, sí? Pues a ver si el amor propio te ayuda a levantarte cuando te duelen hasta las ganas, a calmar los silencios que suenan como eco, o a llenar esa cama enorme que se vuelve más fría cada noche.

Pero claro, nadie quiere escuchar eso.
Vivimos atrapados en la fantasía del “todo está bien”.

Y si dices que estás solo y que no lo llevas bien, te miran como si hubieras dicho que matas cachorros por deporte.
Porque ser real ya no se lleva.
Ahora hay que estar en paz. Agradecido. “Trabajándote”.
No, gracias.

Estoy hasta la polla de tener que justificar que echo de menos cosas básicas. Un café con alguien que escuche.
Una mirada que no tenga prisa.
Un silencio compartido que no incomode.

Eso no es debilidad, es necesidad humana. Punto.
La positividad tóxica te dice que la soledad es “una oportunidad de crecimiento”. Pues mira, ya he crecido bastante.
Lo que necesito no es otro mantra, es un puto abrazo.

Así que no me vendas más frases con purpurina.
No me digas que “todo llega”, porque hay gente que muere esperando.
No me digas que “todo depende de uno mismo”, porque eso es cruel, falso y peligroso.

Hay gente buena, completa, luminosa... sola.
Y no porque no vibren alto, sino porque el mundo va muy deprisa y se ha vuelto egoísta.

Así que si no tienes nada real que decirme, ahórrate el “ánimo”.
Dame presencia, o déjame en paz.
Pero no me hagas responsable de una soledad que no pedí, solo para no tener que mirar la tuya.