Gilead se llama Génova
Hay días en los que uno se sienta a ver El cuento de la criada y, entre sorbo y sorbo de café (o de vino, según cómo venga el telediario), se da cuenta de que esa distopía totalitaria en la que las mujeres son obligadas a parir como si fueran incubadoras con patas y los derechos humanos caben en un posavasos… no está tan lejos. No al menos si uno vive en la España del Partido Popular. Porque lo que parecía ciencia ficción, resulta que se parece peligrosamente a la política actual, solo que sin túnicas rojas ni alitas blancas. De momento.
La serie de Margaret Atwood es una advertencia con guión, una bofetada narrativa sobre qué pasa cuando la ultraderecha se disfraza de “valores tradicionales” y se cuela en el poder con la excusa de proteger a la familia, a la patria y al feto. Vamos, lo mismo que hace el Partido Popular cuando dice que es de “centro-derecha moderado”, pero luego pacta con partidos que creen que el machismo es una leyenda urbana y que las mujeres se inventan violaciones por aburrimiento.
¿Centro? Lo que tiene el PP de centro es lo que yo tengo de monje tibetano: absolutamente nada. Son tan de centro como una cárcel: con rejas ideológicas, vigilancia 24/7 y castigos para todo lo que huela a diversidad, pensamiento crítico o derechos civiles. Porque eso es lo que les molesta: la libertad. La libertad sexual, la de expresión, la de decidir sobre el propio cuerpo, la de amar a quien te dé la gana sin que venga un consejero de Vox a evangelizarte con una Biblia en la mano y un pin parental en la otra.
En El cuento de la criada, no solo se anulan los derechos de las mujeres: también se persigue, encarcela y asesina a las personas LGTBIQ+. Porque en Gilead, si no encajas en la familia tradicional, eres una amenaza. ¿Te suena? A mí sí. Sobre todo cuando veo cómo el PP pacta alegremente con quienes consideran la homosexualidad una ideología, la diversidad un peligro, y las banderas arcoíris un ataque a la moral. Y mientras, Feijóo pone cara de "yo no fui", como si no supiera con quién se acuesta políticamente cada noche.
¿Y sabes quién sería comandante en Gilead? Feijóo. Con esa sonrisita de tecnócrata gris que huele a Excel sin fórmulas y a despacho sin alma. El perfecto moderado de escaparate: ese que se da golpes en el pecho hablando de Constitución mientras firma pactos con los cavernícolas de turno. El que presume de estabilidad mientras abre la puerta de par en par a los que vienen a cargarse los derechos sociales con una motosierra ideológica.
En El cuento de la criada, las mujeres pierden sus derechos en nombre de una moral religiosa extrema. Aquí, intentan quitárnoslos en nombre de una mayoría silenciosa que solo existe en sus encuestas internas. Lo siguiente será sustituir el “no es no” por “es que no te diste a respetar”. Porque con esta gente, la involución no es un accidente: es el programa electoral.
El Partido Popular no es un partido de centro. Es un partido centrado en sí mismo, en su poder, en su nostalgia de orden, y en su alergia crónica a la libertad ajena. Son los señores de Gilead versión Iberia Express, con corbata azul, coleta de cuentas en Suiza y alma de censores. Y lo peor es que se creen los sensatos, los serios, los únicos que saben gobernar. Sí, como lo sabían en tiempos de Cifuentes, Bárcenas y el máster de la vida eterna.
Así que la próxima vez que alguien te diga que el PP es “de centro”, pregúntale de qué centro te habla: ¿centro comercial de sotanas y bulos? ¿Centro penitenciario? Porque lo que es el centro de los derechos humanos… ahí no los vas a encontrar.
Gilead no está tan lejos. Solo que aquí, en vez de llamarse así, se llama Génova 13. Y no reparten túnicas. Reparten cargos.