Opinión

Un ejército de científicos para ganar esta guerra

Un ejército de científicos para ganar esta guerra

Indudablemente, por culpa del coronavirus el planeta está viviendo la situación de más preocupación y miedo colectivo después de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, el alcance territorial que está teniendo el COVID-19 -extendiéndose por los cinco continentes- es superior al que abarcó la última gran confrontación militar de nuestro tiempo. En los escenarios bélicos cada bando tiene identificado al enemigo y define cómo atacarle, neutralizarle y derrotarle. Ahora es diferente. En la guerra abierta en todo el planeta contra el coronavirus ha ido superando todas las barreras de contención que se le han ido poniendo por delante, lo que, hasta ahora, ha impedido su neutralización, ataque y aniquilamiento.
 
Desde que en diciembre del 2019 el COVID-19 comenzó en la ciudad China de Wuhan, el virus se ha expandido a toda velocidad por el planeta, dejando miles de muertos y decenas de miles de personas infectadas. Desconcierta la incapacidad que están teniendo los gobiernos y las sociedades de los países con más capacidad y recursos para enfrentarse y derrotar a un enemigo común, que siembra el temor y el miedo en países y regiones.
En esta guerra el poder militar queda en un segundo o tercer plano
 
Qué duda cabe de que la evolución de la ciencia y del conocimiento ha ido en paralelo al progreso y creciente bienestar de la humanidad, pero el COVID-19 evidencia que aún la humanidad es muy vulnerable. Las guerras contra las enfermedades no van a ganarse por la mayor potencia militar que pueda exhibirse; solo se ganará con la investigación, el conocimiento y la ciencia. En esta guerra que el mundo está librando contra el COVID-19 poco sirve la enorme capacidad militar que tienen los países más poderosos de la Tierra.
 
El virus se ceba ahora con España, pero también ataca a Italia-especialmente-, Francia o Alemania; ningún país escapa su poder contaminante. Tampoco las grandes potencias mundiales. Los Estados Unidos, con un presupuesto militar de 750.000 millones de dólares y más de 1.400.000 militares en activo, también sucumbe ante el virus infeccioso. Trump dispone de 2.085 aviones cazas, 967 helicópteros de ataque, 945 transportadores, 742 aviones dedicados a misiones especiales, 39.253 camiones blindados, 91 destructores y 20 portaaviones. En esta guerra el poder militar queda en un segundo o tercer plano, al menos no más allá de la ayuda que los ejércitos están prestando a los civiles más vulnerables o en labores de reforzamiento de vigilancia y desinfección. Tampoco las superpotencias han podido eludir la llegada del virus a esos países.
Necesitamos un ejército de investigadores y volcarnos en gasto sanitario
 
Tampoco China pudo evitar las muertes y el dolor, siendo como es la segunda gran potencia mundial. Los chinos han sufrido en carne propia el pánico, el dolor y la muerte  sembrada por el coronavirus, a pesar de poseer un presupuesto militar de más de 237.000 millones de dólares y 2.183.000 militares en activo. Tampoco pudieron con el virus sus 74 submarinos, 52 fragatas, 36 destructores, 33.000 carros blindados, 3.500 tanques, 1.232 aviones y 285 helicópteros de ataque.
 
Cabe esperar que esta crisis sanitaria mundial -y el lastre económico y social que va a dejar- produzca una profunda reflexión sobre las prioridades de la humanidad en el orden social y económico con las que encarar el futuro. Las guerras del futuro serán como la que estamos librando estas semanas y meses contra el COVID-19. Y no se combaten con armamento, sino invirtiendo en investigación o reforzando los recursos sanitarios, tanto materiales como humanos. Necesitamos un ejército de investigadores -de científicos- y volcarnos en gasto sanitario para combatir este virus y prepararnos para lo que nos depare el futuro.

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