Opinión

La fiesta interminable

El pasado verano la gente comenzó a perderle el miedo a la pandemia y calles, plazas, bares, teatros, restaurantes, festejos, montes o playas, recobraba la vida que el virus había paralizado. Fueron unos meses en los que parecía que queríamos resarcirnos de golpe de las restricciones y penalizaciones a las que nos había condenado el maldito virus que ha causado ya más de quince millones de muertos en todo el mundo. 

El jolgorio, la alegría, el consumo en bares y restaurante y el afán por viajar era previsible que se prolongara hasta las Fiestas de Navidad. Así fue. Las pasadas fueron una Navidades en las que se recuperó la convivencia en el ámbito familiar y en los espacios públicos. A pesar de que seguía muriendo gente, derrotamos el miedo a la COVID-19 y el paulatino levantamiento de las restricciones permitió la recuperación de la economía.

La invasión rusa de Ucrania y la consiguiente repercusión en los precios de los combustibles y en la cesta de la compra tampoco ha sido un obstáculo para que se viva el día a día como si el mundo se fuera a terminar. 

En marzo del 2020, pasamos de cien a cero abruptamente. Gracias a la ciencia logramos salir del caos sanitario. Para ello fue fundamental el espíritu colaboracionista mostrado por los países más avanzados del mundo.

La política económica impulsada por los más importantes organismos financieros de Europa y América, inyectándole el dinero necesario al tejido productivo para evitar el colapso, ayudó al milagro de superar una compleja situación económica y social que amenazaba globalmente al mundo.

El virus paralizó el planeta, la vacuna recuperó la vida. Hoteles cerrados a cal y canto, aeropuertos vacíos, playas que parecían desiertos, autopistas sin circulación, campos de fútbol silenciosos y tristes y comercios, bares y restaurantes con las persianas a ras de suelo. En las terrazas, chiringuitos y piscinas desaparecieron las tertulias, la música, del griterío de los niños el chapoteo y las zambullidas, y solo se escuchaba la brisa, el batir de las olas y el canto de los pájaros. El cielo se quedó sin aviones y enmudecieron las zonas de baño, paseos marítimos y calles y aceras. 

En pocos meses, de una situación fantasmagórica a la recuperación de la actividad y la vida. Hoy los aeropuertos vuelven a ser un hervidero de gente, los establecimientos turísticos han recuperado su máxima ocupación, aviones y barcos vuelven a surcar cielos y mares, bares y restaurantes llenos, lugares de ocio a tope, eventos deportivos y festejos al máximo. 

La ciencia y la investigación -con el apoyo económico del mundo desarrollado- han podido frenar la pandemia y acercarnos al bienestar que disfrutábamos antes de marzo del 2020. Desde entonces, todo marcha a un ritmo muy acelerado. Ni siquiera los efectos negativos que está teniendo para la economía la condenable invasión de Rusia sobre Ucrania está introduciendo dosis de moderación en la economía y en el consumo.

Los niveles de incremento del gasto público consentido por las autoridades económicas de la Unión Europea no son  sostenibles en el tiempo. Con un denso calendario electoral por delante, cabe preguntarse hasta cuándo durará la fiesta que comenzó el pasado verano para celebrar la salida de la pandemia.

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